La última imagen que nos llevamos de Brasil es la de una hermosa librería, una catedral de libros, moderna, eficaz, bella. Es la Librería Cultura, está en el Conjunto Nacional. Es una librería para comprar libros, claro, pero también para disfrutar del espectáculo impresionante de tantos títulos organizados de una forma tan atractiva, como si no fuera un almacén, como si de una obra de arte se tratara. La Librería Cultura es una obra de arte.
Mi editor, Luis Schwarcz, de la Companhia das Letras, sabía que me iba a emocionar este portento, por eso me llevó. También me tocó muy de cerca la librería de la Companhia, ver estantes luminosos con obras de fondo, los clásicos de siempre expuestos como otros hacen con las novedades. Y todos juntos ofrecidos al lector, que lo tiene difícil, pero qué interesante dilema no saber qué elegir. Buena salida de Sao Paulo. Anoche, antes de la cena en la casa de Tomie Ohtake fuimos a ver la exposición “la Consistencia de los sueños”. Fuimos los últimos de las 700 personas que pasaron a lo largo del día para ver el montaje que sobre este escritor hizo la Fundación César Manrique, y que ya estuvo en Lanzarote y Lisboa. Fernando Gómez Aguilera puede estar contento: su obra, en otro continente, es igual de interesante y cercana, tan precisa como un reloj, tan bella como la Librería Cultura. A veces las buenas noticias se amontonan. Damos fe de ellas.
“La explotación sexual es un tema tan importante para la humanidad que no pode haber hipocresía. Es necesario convencer a los padres del mundo entero de que la educación sexual en casa es tan importante como la comida en la mesa. Si no enseñamos educación sexual en las escuelas nuestros adolescentes aprenderán animalescamente en las calles. Es necesario acabar con la hipocresía religiosa y eso vale para todas las religiones”.Son palabras de Lula da Silva, presidente de Brasil, que suscribo. Hablaba en un congreso mundial, el tercero que se celebra, que trata de afrontar el problema de la explotación sexual a que son sometidos niños y adolescentes en todo el mundo. La reina de Suecia hizo un apelo para que se persiga la delincuencia contra los jóvenes que se ha instalado en Internet. Ambos hablaron de problemas graves, que afectan a una parte de la sociedad y que hace estragos sobre todo entre la población infantil y adolescente en las zonas más pobres del planeta, donde faltan escuelas, el concepto familia simplemente no existe y manda una televisión que emite violencia y sexo 24 horas al día. ¿Quién oirá las palabras sabias que se pronuncian en el Congreso contra la Explotación Sexual?En fin, quería hablar de la presentación de El Viaje del elefante en Sao Paulo, pero este asunto se ha metido por medio y tiene prioridad. Dejemos el libro para mañana.
Seguimos en Brasil, Pilar y yo, y conmovidos por la tragedia de Santa Catarina, donde el número de muertos o desaparecidos no deja de aumentar, lo mismo que las historias humanas, de desolación y desesperanza de los supervivientes, que desde allí nos llegan. Nos cruzamos con el presidente Lula, que iba a visitar la zona de la tragedia. Mucho consuelo tiene que transportar para demostrar que el Estado es útil. Consuelo en palabras y en medios. De las dos cosas necesitamos los humanos. Nos cuentan que en las empresas, espontáneamente, se están recogiendo fondos para ayudar a los damnificados. Para quienes no vivimos directamente la tragedia, gestos como esos también nos consuelan, nos hacen pensar que la joven de la editorial que se preocupa con la suerte de gente que no conoce es una imagen posible del mundo.Esta tarde, en la Academia Brasileira de las Letras he presentado el Viaje del elefante. Alberto da Costa e Silva dijo en su intervención que todos somos bibliotecas, porque guardamos lecturas en nuestro interior como lo mejor de nosotros mismos. Tengo con Alberto una antigua relación de amistad, y por ella, este académico, ex-presidente de la Academia y ex embajador ha querido presentar mi libro como algo propio. Antes tuvimos una reunión con los académicos, a la que asistieron amigos tan generosos como Cleonice Berardineli y Teresa Cristina Cerdeira da Silva, que no son académicas aunque sí forman parte de la aristocracia del espíritu, ésa que sí es necesaria para la evolución de la sociedad. Antes estuvimos con Chico Buarque, que está a punto de terminar un nuevo libro. Si es como Budapest tendremos obra. Chico, el cantante, el músico, el escritor, es uno de los hombres cabales que unen a la calidad de su trabajo su condición de buenas personas. Hoy el día ha estado cumplido. Sin duda.
Acabamos de salir de la conferencia de prensa de Sao Paulo, la colectiva, que le dicen aquí. Me sorprende que varios periodistas me hayan preguntado por mi condición de bloguero cuando estaba el anuncio de una exposición estupenda detrás, la que organiza la Fundación César Manrique en el Instituto Tomie Ohtake, con los máximos representantes y patrocinadores, y la presentación a la vista de un nuevo libro. Pero a muchos periodistas les interesaba mi decisión de escribir en "la página infinita de la red". ¿Será que ahí, aquí, mejor dicho, nos asemejamos todos? ¿Es esto lo más parecido al poder de los ciudadanos? ¿Somos más compañeros cuando escribimos en la red? No tengo respuestas, solo constato las preguntas. Y me gusta estar escribiendo ahora aquí. No sé si es más democrático, sé que me siento igual que el joven de pelo alborotado y gafas de aro que, con sus veintipocos años, me preguntaba. Seguramente para un blog.
En Brasil, entre entrevista y entrevista, alcanzo a conocer dos noticias: una, la mala, la terrible, que el temporal que de vez en cuando descarga en Sao Paulo para dejar, minutos de furia después, un cielo limpio y la sensación de que no ha pasado nada, en el sur ha causado al menos 59 muertos y a miles de personas las ha dejado sin casa, sin un techo donde hay dormir hoy, sin un hogar donde seguir viviendo. Estas noticias, no por tantas veces leídas, pueden dejarnos indiferentes. Al contrario, cada vez que nos llega la voz de un nuevo descalabro de la naturaleza aumenta el dolor y la impaciencia. Y también la pregunta que nadie quiere responder, aunque sabemos que tiene respuesta: ¿hasta cuando viviremos, o vivirán los más pobres, a merced de la lluvia, del viento, de la sequía, cuando sabemos que todos esos fenómenos tienen acomodo en una organización humana de la existencia? ¿Hasta cuando miraremos hacia otro lado, como si el ser humano no fuera importante? Estas 59 personas que han muerto en Santa Catarina, en este Brasil que ahora estoy, no tenían que haber muerto de esta muerte. Y esto lo sabemos todos.
La otra noticia es el Premio Nacional de las Letras de España para Juan Goytisolo, al que hoy recuerdo en Lanzarote, con Monique, con Gómez Aguilera, hablando de libros y del oficio de escribir. Monique ya no está, no ve este premio que, por fin, le llega a Goytisolo, tantos años después de que leyéramos su primer libro, todavía recién publicado. Juan, un abrazo y felicidades.
No fue fácil llegar a Brasil. Ni siquiera fue fácil salir del aeropuerto. Las instalaciones de Portela están infectadas de personas de ambos sexos que nos miran con desconfianza como si lleváramos escrito en la cara, denunciándonos, un historial de confesos o potenciales terroristas. A estas personas les llaman “seguridad”, lo que es bastante contradictorio porque, por experiencia propia y por lo que he podido percibir alrededor, los pobres viajeros no sienten ni asomo de seguridad ante su presencia. El primer problema se presentó en el control de equipaje de mano. Aun en el rescaldo de la enfermedad que padecí y de que felizmente me estoy restableciendo, debo tomar con regularidad, de dos en dos semanas, una medicina que, en caso de pasar por un aeropuerto, necesita llevar una declaración médica. Presentamos esa declaración, sellada y firmada como mandan los reglamentos, pensando que en menos de un minuto tendríamos licencia para seguir. No sucedió así. El papel fue laboriosamente deletreado por la “seguridad” (era una mujer), que no tuvo mejor idea que llamar a un superior, que a su vez leyó la declaración levantando las cejas y con gesto de desconfianza, talvez a la espera de una revelación que se le presentaría sugerida desde las entrelíneas. Comenzó entonces un juego de fuerza. La “seguridad”, que ya había pronunciado, dos o tres veces, esta frase inquietante: “Tenemos que comprobar”, recibió enseguida el apoyo de su jefe que la repitió, no dos o tres veces, sino cinco o seis. Lo que tenían que comprobar estaba delante de los ojos, un papel y un medicamento, no había nada más que ver. La discusión fue encendida y solo terminó cuando yo, impaciente, irritado, dije: “Pues si tienen que comprobar, comprueben, y acabemos con esto”. El jefe movió la cabeza y respondió: “Ya lo he comprobado, pero tienen que dejar este frasco”. El frasco, si podemos darle tal nombre a una botellita de plástico con yogurt, acabó junto a otros peligrosos explosivos antes aprehendidos. Cuando nos retirábamos no pude dejar de pensar que la seguridad del aeropuerto, de seguir así, todavía acaba siendo entregada a la benemérita corporación de los porteros de discoteca…
Lo peor, sin embargo, estaba por llegar. Durante más de media hora, no sé cuantas decenas de pasajeros estuvimos apiñados, apretados como sardinas en lata, dentro del autobús que debería llevarnos al avión. Más de media hora sin casi podernos mover, con las puertas abiertas para que el aire frío de la mañana pudiera circular cómodamente. Sin ninguna explicación, sin ninguna palabra de disculpa. Fuimos tratados como ganado. Si el avión se hubiera caído, se podría decir con todas las de la lay que fuimos llevados al matadero.
De viaje a Brasil, donde nos espera un programa tan cargado como el cielo que amenaza lluvia. Confío sin embargo que se encuentre alguna clara para que esta conversación no se quede suspendida durante una semana, que tanto durará la ausencia. Ya se sabe que, estando en Brasil, asunto no faltará, el problema, de haberlo, estará en la insuficiente disponibilidad de tiempo. Veremos. Deséennos buen viaje, y, ya puestos, hágannos el favor de cuidar del elefante mientras estamos por ahí fuera.
Dedicando ejemplares de “El viaje del elefante” en la editorial durante buena parte de la mañana. En su mayoría se quedarán en Portugal como un recado para los amigos y compañeros de oficio dispersos por los lusitanos parajes, pero otros viajarán a tierras distantes, como Brasil, Francia, Italia, España, Hungría, Rumania, Suecia. En este último caso, los destinatarios fueron Amadeu Batel, nuestro compatriota y profesor de literatura portuguesa en la Universidad de Estocolmo, y el poeta y novelista Kjell Espmark, miembro de la Academia Sueca. Mientras le dedicaba el libro a Espmark recordé lo que nos contó, a Pilar y a mí, acerca de los bastidores del premio que me fue otorgado. El “Ensayo sobre la ceguera”, ya entonces traducido al sueco, había causado buena impresión en los académicos, tan buena que quedó prácticamente decidido entre ellos que el Nobel de ese año, 1998, sería para mí. Ocurrió, sin embargo, que el año anterior había publicado otro libro, “Todos los nombres”, lo que, obviamente, en principio, no debería constituir ningún tipo de obstáculo para la decisión tomada, a no ser por una pregunta nacida de los escrúpulos de mis jueces: “¿Y si este nuevo libro es malo?” De la respuesta que habría que ofrecer se encargó Kjell Espmark, en quien los colegas depositaron la responsabilidad de proceder a la lectura del libro en su idioma original. Espmark, que tiene cierta familiaridad con nuestra lengua, cumplió disciplinadamente la misión. Con el auxilio de un diccionario, en pleno mes de Agosto, cuando más apetecería navegar entre las islas que pueblan el mar sueco, leyó, palabra a palabra, la historia del funcionario don José y de la mujer que amó sin llegar a verla nunca. Pasé el examen, finalmente el librito no desmerecía del “Ensayo sobre la ceguera”. Uf.
Vengo de la Casa del Alentejo donde he participado en una sesión de solidariedad con la lucha del pueblo palestino por su plena soberanía contra las arbitrariedades y los crímenes de que Israel es responsable. Allí dejé una propuesta: que a partir del 20 de enero, fecha de la toma de posesión de Barack Obama, la Casa Blanca sea inundada de mensajes de apoyo al pueblo palestino y en los que se exija una rápida solución del conflicto. Si Barack Obama quiere libertar a su país de la infamia del racismo, que lo haga también en Israel. Desde hace sesenta años el pueblo palestino está siendo fríamente martirizado con la complicidad tácita o activa de la comunidad internacional. Ya es hora de que acabemos con esto.
Intento ser, a mi manera, un estoico práctico, pero la indiferencia como condición de la felicidad nunca ha tenido lugar en mi vida, y si es cierto que busco obstinadamente el sosiego de espíritu, cierto es también que no me he liberado ni pretendo liberarme de las pasiones. Trato de habituarme sin excesivo dramatismo a la idea de que el cuerpo no solo es finible, sino que de cierto modo es ya, en cada momento, finito. ¿Qué importancia puede tener eso, si cada gesto, cada palabra, cada emoción son capaces de negar, también en cada momento, esa finitud? Verdaderamente me siento vivo, vivísimo, cuando, por una razón u otra, tengo que hablar de la muerte…