Saltar para: Posts [1], Pesquisa [2]
Esta Rita a la que quiero parecerme cuando sea mayor es Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina en 1986 por sus investigaciones sobre el desarrollo de las células neurológicas. Pues bien, Premio Nobel es algo que ya tengo, luego no sería por ambición de esa gran o pequeña gloria, las opiniones de los entendidos divergen, por lo que estoy dispuesto a dejar de ser quien he sido para convertirme en Rita. Para colmo teniendo ya una edad en la que cualquier cambio, incluso siendo prometedor, siempre se nos presenta como un sacrificio en las rutinas en las que, más o menos, acabamos acomodándonos.
Y ¿por qué quiero e parecerme a Rita? Es sencillo. En el acto de su investidura como Doctora “Honoris Causa” en el aula magna da Universidad Complutense, de Madrid, esta mujer, que en Abril cumplirá cien años, hizo unas cuantas declaraciones (qué pena que no hayamos conseguido la transcripción completa de su improvisado discurso) que me dejaron por un lado asombrado, por otro agradecido, puesto que no es fácil imaginar juntos y unidos estos dos sentimientos extremos. Dijo: “Nunca he pensado en mí misma. Vivir o morir es la misma cosa. Porque, naturalmente, la vida no está en este pequeño cuerpo. Lo importante es la forma en que hemos vivido y el mensaje que dejamos. Eso es lo que nos sobrevive. Eso es la inmortalidad”. Y dijo más: “Es ridículo obsesionarse con el envejecimiento. Mi cerebro es mejor ahora que cuando era joven. Es verdad que veo mal y oigo peor, pero mi cabeza ha funcionado siempre bien. Lo fundamental es tener activo el cerebro, intentar ayudar a los demás y conservar la curiosidad por el mundo”. Y estas palabras me hicieron sentir que había encontrado un alma gemela: “Estoy en contra de la jubilación reforma o cualquier otro tipo de subsidio. Vivo sen eso. En 2001 no cobraba nada y tuve problemas económicos hasta que el presidente Ciampi me nombró senadora vitalicia”.
No todo el mundo estará de acuerdo con este radicalismo. Pero apuesto que muchos de los que me leen también querrán ser como Rita cuando sean mayores. Que así sea. Si lo hacemos, podemos tener la seguridad de que el mundo cambiará enseguida para mejor. ¿No es eso lo que vamos diciendo que queremos? Rita es el camino.
[caption id="attachment_161" align="aligncenter" width="450" caption="Rita Levi-Montalcini- por Cristóbal Manuel para El Pais - http://www.elpais.com"][/caption]
¿Tienen alma los verdugos?
Un alma a la que fuera posible considerar responsable de todos y cada uno de los actos cometidos nos obligaría a reconocer, usando la razón, la total inocencia del cuerpo, reducido a ser el instrumento pasivo de una voluntad, de un querer, de un desear no específicamente localizables en ese mismo cuerpo. La mano, en estado de reposo, con sus huesos, nervios y tendones, está dispuesta a cumplir en el instante siguiente la orden que le sea dada y de la que por sí misma no es responsable, ya sea para regalar una flor o para apagar un cigarrillo en la piel de una persona. Por otro lado, atribuir, a priori, la responsabilidad de todas nuestras acciones a una identidad inmaterial, el alma, que, a través de nuestra conciencia, sería, al mismo tiempo, juez de esas acciones, nos conduciría a un círculo vicioso en que la sentencia final tendría que ser la no imputabilidad. Sí, admitamos que el alma es responsable, sin embargo ¿dónde está el alma para que podamos ponerle las esposas y llevarla ante un tribunal? Sí, está demostrado que el martillo que destrozó el cráneo de esta persona fue manejado por esta mano, pero, si la mano que mató fue la misma que, tan inconsciente de una cosa como de la otra, ofreció simplemente una flor ¿cómo podríamos incriminarla? ¿La flor absuelve el martillo?Dicho quedó más arriba que la voluntad, el querer, el desear (sinónimos que, pese a no serlo efectivamente, no pueden vivir separados) carecen de un lugar específico en el cuerpo donde puedan ser localizados. Es cierto. Nadie puede afirmar, por ejemplo, que la voluntad está alojada entre los dedos medio e índice de una mano en este momento en que está ocupada estrangulando a alguien con la ayuda de su colega del lado izquierdo. Sin embargo, todos intuimos que si la voluntad tiene casa propia, y seguro que la tiene, solo podrá estar en el cerebro, ese complejo universo cuyo funcionamiento, en gran parte (la corteza cerebral tiene cerca de 5mm. de espesura y contiene 70 mil millones de células nerviosas dispuestas en 6 capas ligadas entre sí) se encuentra todavía por estudiar. Somos el cerebro que en cada momento tenemos, y ésta es la única verdad esencial que podemos enunciar sobre nosotros mismos. ¿Qué es, entonces, la voluntad? ¿Es algo material? No entiendo, no lo entiende nadie, con qué clase de argumentos sería defendible una supuesta materialidad de la voluntad sin la presentación de una “muestra material” de esas misma materialidad...El voluntarismo, como suele ser conocido, es la teoría que sustenta que la voluntad es el fundamento del ser, el principio de la acción o, también, la función esencial de la vida animal. En el aristotelismo y el estoicismo de la antigüedad clásica se aprecian ya tendencias voluntaristas. En la filosofía contemporánea son voluntaristas Schopenhauer (la voluntad como esencia del mundo, más allá de la representación cognitiva) y Nietzsche (la voluntad de poder como principio de la vida ascendente). Esto es serio y, como todas las evidencias, necesitaría aquí de alguien, no de quien está escribiendo estas líneas, capaz de relacionar unas y otras reflexiones filosóficas sobre la voluntad con el contenido de este libro, cuyo titulo es, no lo olvidemos, El alma de lo Verdugos. Aquí talvez tuviera que detenerme si, afortunadamente para mis brios, no me hubiese saltado a los ojos, mirando con mano distraída en un modesto diccionario, la siguiente definición: “Voluntad: Capacidad de determinación para hacer o no algo. En ella radica la libertad”. Como se ve, nada más claro: Con la voluntad puedo determinar si hago o no hago algo, con la libertad soy libre para determinar si en un sentido o en otro. Habituados como estamos en el lenguaje a considerar voluntad y libertad como conceptos en si mismos positivos, nos damos cuenta de pronto, con un instintivo temor, que las lustrosas medallas que llamamos libertad y voluntad pueden exhibir por la otra cara su absoluta y total negación. Usando su libertad (por más extraño que nos parezca la utilización de la palabra en esta acepción) el general Videla se convertiría, por voluntad propia, repito por voluntad propia, en uno de los más detestables protagonistas de la sangrienta y por lo visto infinita historia de la tortura y del asesinato en el mundo. También usando su voluntad y su libertad los verdugos argentinos cometieron su infame trabajo. Quisieron hacerlo y lo hicieron. Ningún perdón es, por tanto, posible. Ninguna reconciliación nacional o particular.Importa poco saber si tienen alma, es más, de ese asunto deberá estar informado, mejor que nadie, el sacerdote católico argentino Christian Von Vernich que fue condenado hace unos meses a prisión perpetua por genocidio. Seis asesinatos, torturas a 34 personas y secuestro ilegal en 42 casos, esta es su hoja de servicios. Y hasta es posible, permítaseme la trágica ironía, que alguna vez le haya dado la extremaunción a una de sus victimas...Crimen (financiero) contra la humanidad
La historia es conocida, y, en aquellos tiempos antiguos en que la escuela se proclamaba educadora perfecta, se le enseñaba a los niños como ejemplo de la modestia y la discreción que siempre deberían acompañarnos cuando el demonio nos tentara para opinar sobre lo que no conocemos o conocemos poco y mal. Apeles podía consentir que el zapatero le apuntase un error en el calzado de la figura que había pintado, por aquello de que los zapatos eran su oficio, pero que nunca se atreviera a dar su parecer sobre, por ejemplo, la anatomía de la rodilla. En suma, un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. A primera vista, Apeles tenía razón, el maestre era él, el pintor era él, la autoridad era él, mientras que el zapatero sería llamado cuando de ponerle medias suelas a un par de botas se tratase. Realmente ¿hasta dónde vamos a llegar si cualquier persona, incluso la más ignorante de todas, se permite opinar sobre lo que no sabe? Si no tiene los estudios necesarios es preferible que se calle y deje a los sabedores la responsabilidad de tomar las decisiones más convenientes (¿para quién?).Sí, a primera vista Apeles tenía razón, pero solo a primera vista. El pintor de Felipe y de Alejandro da Macedonia, considerado un genio en su época, ignoró un aspecto importante de la cuestión: el zapatero tenía rodillas, luego, por definición, era competente en estas articulaciones, aunque fuera solo para quejarse, si ese era el caso, de los dolores que sentía. A estas alturas, el lector atento ya habrá entendido que no es de Apeles ni del zapatero de lo que se trata en estas líneas. Se trata, sí, de la gravísima crisis económica y financiera que está convulsionando el mundo, hasta el punto de que no podemos escapar a la angustiosa sensación de que llegamos al final de una época sin que se consiga vislumbrar qué y cómo será lo que venga a continuación, tras un tiempo intermedio, imposible de predecir antes de que se levanten las ruinas y se abran nuevos caminos. ¿Cómo lo hacemos? ¿Una leyenda antigua para explicar los desastres de hoy? ¿Por qué no? El zapatero somos nosotros, todos nosotros, que presenciamos, impotentes, al avance aplastante de los grandes potentados económicos y financieros, locos por conquistar más y más dinero, más y más poder, con todos los medios legales o ilegales a su alcance, limpios o sucios, normalizados o criminales. ¿Y Apeles? Apeles son, precisamente, los banqueros, los políticos, las aseguradoras, los grandes especuladores que, con la complicidad de los medios de comunicación social, respondieron en los últimos treinta años, cuando tímidamente protestábamos, con la soberbia de quien se considera poseedor de la última sabiduría, es decir, aunque la rodilla nos doliera, no se nos permitía hablar de ella, se nos ridiculizaba, nos señalaban como reos de condena pública. Era el tiempo del imperio absoluto del Mercado, esa entidad presuntamente auto reformable y auto regulable encargada por el inmutable destino de preparar y defender para siempre jamás nuestra felicidad personal y colectiva, aunque la realidad se encargase de desmentirlo cada hora que pasaba.¿Y ahora? ¿Se van a acabar por fin los paraísos fiscales y las cuentas numeradas? ¿Será implacablemente investigado el origen de gigantescos depósitos bancarios, de ingenierías financieras claramente delictivas, de inversiones opacas que, en muchos casos, no son nada más que masivos lavados de dinero negro, de dinero del narcotráfico? Y ya que hablamos de delitos: ¿tendrán los ciudadanos comunes la satisfacción de ver juzgar y condenar a los responsables directos del terremoto que está sacudiendo nuestras casas, la vida de nuestras familias, o nuestro trabajo? ¿Quién resuelve el problema de los desempleados (no los he contado, pero no dudo de que ya son millones) víctimas del crash y que desempleados seguirán durante meses o años, malviviendo de míseros subsidios del Estado mientras los grandes ejecutivos y administradores de empresas deliberadamente conducidas a la quiebra gozan de millones y millones de dólares cubiertos por contratos blindados que las autoridades fiscales, pagadas con el dinero de los contribuyentes, fingen ignorar? Y la complicidad activa de los gobiernos ¿quién la demanda? Bush, ese producto maligno de la naturaleza en una de sus peores horas, dirá que su plan ha salvado (¿salvará?) la economía norteamericana, pero las preguntas a las que tendría que responder están en la mente de todos: ¿no sabía lo que pasaba en las lujosas salas de reunión en las que hasta el cine nos ha hecho entrar, y no solo entrar, hemos asistido a la toma de decisiones criminales sancionadas por todos los códigos penales del mundo? ¿Para que le sirven la CIA y el FBI, además de las decenas de otros organismos de seguridad nacional que proliferan en la mal llamada democracia norteamericana, ésa donde un viajero, a su entrada en el país, tendrá que entregar a la policía de turno su ordenador para que éste copie el respectivo disco duro? ¿No se ha dado cuenta el señor Bush que tenía al enemigo en casa, o, por el contrario, lo sabía y no le importó?Lo que está pasando es, en todos los aspectos, un crimen contra la humanidad y desde esta perspectiva debe ser objeto de análisis, ya sea en los foros públicos o en las conciencias. No exagero. Crímenes contra la humanidad no son solo los genocidios, los etnocidios, los campos de muerte, las torturas, los asesinatos selectivos, las hambres deliberadamente provocadas, las contaminaciones masivas, las humillaciones como método represivo de la identidad de las víctimas. Crimen contra la humanidad es el que los poderes financieros y económicos de Estados Unidos, con la complicidad efectiva o tácita do su gobierno, fríamente han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo, amenazadas de perder el dinero que les queda después de, en muchísimos casos (no dudo de que sean millones), haber perdido su única y cuántas veces escasa fuente de rendimiento, es decir, su trabajo.Los criminales son conocidos, tienen nombre y apellidos, se trasladan en limusinas cuando van a jugar al golf, y tan seguros están de sí mismos que ni siquiera piensan en esconderse. San fáciles de sorprender. ¿Quién se atreve a llevar a este gang ante los tribunales? Todos le quedaríamos agradecidos. Sería la señal de que no todo está perdido para las personas honestas.Dios como problema
Não tenho dúvidas de que este arrazoado, logo a começar pelo título, irá obrar o prodígio de pôr de acordo, ao menos por esta vez, os dois irredutíveis irmãos inimigos que se chamam Islamismo e Cristianismo, particularmente na vertente universal (isto é, católica) a que o primeiro aspira e em que o segundo, ilusoriamente, ainda continua a imaginar-se. Na mais benévola das hipóteses de reacção possíveis, clamarão os bem-pensantes que se trata de uma provocação inadmissível, de uma indesculpável ofensa ao sentimento religioso dos crentes de ambos os partidos, e, na pior delas (supondo que pior não haja), acusar-me-ão de impiedade, de sacrilégio, de blasfémia, de profanação, de desacato, de quantos outros delitos mais, de calibre idêntico, sejam capazes de descobrir, e portanto, quem sabe, merecedor de um castigo que me sirva de escarmento para o resto da vida. Se eu próprio pertencesse ao grémio cristão, o catolicismo vaticano teria de interromper os espectáculos estilo cecil b. de mille em que agora se compraz para dar-se ao trabalho de me excomungar, porém, cumprida essa obrigação disciplinária, veria caírem-se-lhe os braços. Já lhe escasseiam as forças para proezas mais atrevidas, uma vez que os rios de lágrimas choradas pelas suas vítimas empaparam, esperemos que para sempre, a lenha dos arsenais tecnológicos da primeira inquisição. Quanto ao islamismo, na sua moderna versão fundamentalista e violenta (tão violenta e fundamentalista como foi o catolicismo na sua versão imperial), a palavra de ordem por excelência, todos os dias insanamente proclamada, é “morte aos infiéis”, ou, em tradução livre, se não crês em Alá, não passas de imunda barata que, não obstante ser também ela uma criatura nascida do Fiat divino, qualquer muçulmano cultivador dos métodos expeditivos terá o sagrado direito e o sacrossanto dever de esmagar sob o chinelo com que entrará no paraíso de Maomé para ser recebido no voluptuoso seio das huris. Permita-se-me portanto que torne a dizer que Deus, sendo desde sempre um problema, é, agora, o problema.Como qualquer outra pessoa a quem a lastimável situação do mundo em que vive não é de todo indiferente, tenho lido alguma coisa do que se tem escrito por aí sobre os motivos de natureza política, económica, social, psicológica, estratégica, e até moral, em que se presume terem ganho raízes os movimentos islamistas agressivos que estão lançando sobre o denominado mundo ocidental (mas não só ele) a desorientação, o medo, o mais extremo terror. Foram suficientes, aqui e além, umas quantas bombas de relativa baixa potência (recordemos que quase sempre foram transportadas em mochila ao lugar dos atentados) para que os alicerces da nossa tão luminosa civilização estremecessem e abrissem fendas, e ruíssem aparatosamente as afinal precárias estruturas da segurança colectiva com tanto trabalho e despesa levantadas e mantidas. Os nossos pés, que críamos fundidos no mais resistente dos aços, eram, afinal, de barro.É o choque das civilizações, dir-se-á. Será, mas a mim não me parece. Os mais de sete mil milhões de habitantes deste planeta, todos eles, vivem no que seria mais exacto chamarmos a civilização mundial do petróleo, e a tal ponto que nem sequer estão fora dela (vivendo, claro está, a sua falta) aqueles que se encontram privados do precioso “ouro negro”. Esta civilização do petróleo cria e satisfaz (de maneira desigual, já sabemos) múltiplas necessidades que não só reúnem ao redor do mesmo poço os gregos e os troianos da citação clássica, mas também os árabes e os não árabes, os cristãos e os muçulmanos, sem falar naqueles que, não sendo uma coisa nem outra, têm, onde quer que se encontrem, um automóvel para conduzir, uma escavadora para pôr a trabalhar, um isqueiro para acender. Evidentemente, isto não significa que por baixo dessa civilização a todos comum não sejam discerníveis os rasgos (mais do que simples rasgos em certos casos) de civilizações e culturas antigas que agora se encontram imersas em um processo tecnológico de ocidentalização a marchas forçadas, o qual, não obstante, só com muita dificuldade tem logrado penetrar no miolo substancial das mentalidades pessoais e colectivas correspondentes. Por alguma razão se diz que o hábito não faz o monge…Uma aliança de civilizações poderá representar, no caso de vir a concretizar-se, um passo importante no caminho da diminuição das tensões mundiais de que cada vez parecemos estar mais longe, porém, seria de todos os pontos de vista insuficiente, ou mesmo totalmente inoperante, se não incluísse, como item fundamental, um diálogo inter-religiões, já que neste caso está excluída qualquer remota possibilidade de uma aliança… Como não há motivos para temer que chineses, japoneses e indianos, por exemplo, estejam a preparar planos de conquista do mundo, difundindo as suas diversas crenças (confucionismo, budismo, taoísmo, hinduísmo) por via pacífica ou violenta, é mais do que óbvio que quando se fala de aliança das civilizações se está a pensar, especialmente, em cristãos e muçulmanos, esses irmãos inimigos que vêm alternando, ao longo da história, ora um, ora outro, os seus trágicos e pelos vistos intermináveis papéis de verdugo e de vítima.Portanto, quer se queira, quer não, Deus como problema, Deus como pedra no meio do caminho, Deus como pretexto para o ódio, Deus como agente de desunião. Mas desta evidência palmar não se ousa falar em nenhuma das múltiplas análises da questão, sejam elas de tipo político, económico, sociológico, psicológico ou utilitariamente estratégico. É como se uma espécie de temor reverencial ou a resignação ao “politicamente correcto e estabelecido” impedissem o analista de perceber algo que está presente nas malhas da rede e as converte num entramado labiríntico de que não tem havido maneira de sairmos, isto é, Deus. Se eu dissesse a um cristão ou a um muçulmano que no universo há mais de 400 mil milhões de galáxias e que cada uma delas contém mais de 400 mil milhões de estrelas, e que Deus, seja ele Alá ou o outro, não poderia ter feito isto, melhor ainda, não teria nenhum motivo para fazê-lo, responder-me-iam indignados que a Deus, seja ele Alá ou o outro, nada é impossível. Excepto, pelos vistos, diria eu, fazer a paz entre o islão e o cristianismo, e, de caminho, conciliar a mais desgraçada das espécies animais que se diz terem nascido da sua vontade (e à sua semelhança), a espécie humana, precisamente.Não há amor nem justiça no universo físico. Tão-pouco há crueldade. Nenhum poder preside aos 400 mil milhões de galáxias e aos 400 mil milhões de estrelas existentes em cada uma. Ninguém faz nascer o Sol cada dia e a Lua cada noite, mesmo que não seja visível no céu. Postos aqui sem sabermos porquê nem para quê, tivemos de inventar tudo. Também inventámos Deus, mas esse não saiu das nossas cabeças, ficou lá dentro como factor de vida algumas vezes, como instrumento de morte quase sempre. Podemos dizer “Aqui está o arado que inventámos”, não podemos dizer “Aqui está o Deus que inventou o homem que inventou o arado”. A esse Deus não podemos arrancá-lo de dentro das nossas cabeças, não o podem fazer nem mesmo os próprios ateus, entre os quais me incluo. Mas ao menos discutamo-lo. Já nada adianta dizer que matar em nome de Deus é fazer de Deus um assassino. Para os que matam em nome de Deus, Deus não é só o juiz que os absolverá, é o Pai poderoso que dentro das suas cabeças juntou antes a lenha para o auto-de-fé e agora prepara e ordena colocar a bomba. Discutamos essa invenção, resolvamos esse problema, reconheçamos ao menos que ele existe. Antes que nos tornemos todos loucos. E daí, quem sabe? Talvez fosse a maneira de não continuarmos a matar-nos uns aos outros.