Todos los días desaparecen especies animales y vegetales, idiomas, oficios. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Cada día hay una minoría que sabe más y una minoría que sabe menos. La ignorancia se expande de forma aterradora. Tenemos un gravísimo problema en la redistribución de la riqueza. La explotación ha llegado a extremos diabólicos. Las multinacionales dominan o mundo. No sé si son las sombras o las imágenes las que nos ocultan la realidad. Podemos discutir sobre el tema infinitamente, lo cierto es que hemos perdido capacidad crítica para analizar lo que pasa en el mundo. De ahí que parezca que estamos encerrados en la caverna de Platón. Abandonamos nuestra responsabilidad de pensar, de actuar. Nos convertimos en seres inertes sin la capacidad de indignación, de inconformismo y de protesta que nos caracterizó durante muchos años. Estamos llegando al fin de una civilización y no me gusta la que se anuncia. El neoliberalismo, en mi opinión, es un nuevo totalitarismo disfrazado de democracia, de la que no se mantienen nada más que las apariencias. El centro comercial es el símbolo de ese nuevo mundo. Pero hay otro pequeño mundo que desaparece, el de las pequeñas industrias y de la artesanía. Está claro que todo tiene que morir, pero hay gente que, mientras vive, tiende a construir su propia felicidad, y esos son eliminados. Pierden la batalla por la supervivencia, no soportan vivir según las reglas del sistema. Se van como vencidos, pero con la dignidad intacta, simplemente diciendo que se retiran porque no quieren este mundo.
Baltasar Garzón es una de las personas con más peso específico que ha producido la sociedad española en la última mitad del siglo XX. Al Juez Garzón le debemos algunos de los momentos más luminosamente democráticos que hemos conocido: el procesamiento del general Pinochet y la investigación contra los crímenes de la guerra y del franquismo. En este segundo caso, Garzón consideraba que Franco y otros 44 miembros de sus gobiernos y de la Falange cometieron "delitos contra Altos Organismos de la Nación" y también de "detención ilegal con desaparición forzada de personas en un marco de crímenes contra la humanidad". Pues bien, la investigación contra estos crímenes ha exasperado a los franquistas, que en España todavía los hay, hasta el punto de querellarse contra Garzón, al que acusan de prevaricar porque inició procesos, dicen, a sabiendas de que los responsables estaban muertos. Firma la querella un tal Bernard, antiguo mandamás de Fuerza Nueva, grupo ultraderechista muy activo en la represión de antifranquistas, y actual presidente de una asociación sindical que cínicamente dice "defender" el estado de Derecho y que copió el nombre de la italiana Manos Limpias de inolvidable recuerdo.
¿Qué ha hecho Baltasar Garzón? Desde fuera de las asociaciones judiciales, con sus rencillas y enfrentamientos, desde fuera de la furia política que sienten los franquistas contra las iniciativas que adopte la sociedad para limpiarse de la dictadura, lo que vemos es una actuación que introduce el sentido común en los tribunales. Hay un juez valiente que en vez de enredarse en leyes para justificar silencios y omisiones busca los resquicios que las leyes permiten para que a las víctimas de la guerra y del franquismo se les reconozcan derechos y se esclarezca su memoria. Garzón entendió que tenían derecho a recuperar los cuerpos enterrados en fosas comunes, o a saber donde están los entonces niños que fueron separados con violencia de sus familias, por eso puso en marcha un proceso que luego se ha seguido en otras instancias, pero él fue el precursor y eso no se perdona. Lo terrible, lo incomprensible, es que los herederos del franquismo hayan encontrado eco en el Tribunal Supremo de España, donde Garzón tendrá que declarar como imputado por la causa contra el franquismo. Dice el Supremo que "sin valorar ni prejuzgar lo sucedido, entiende que no se dan las condiciones para rechazar la admisión a trámite de esta querella”, que la hipótesis de prevaricación no es ni absurda ni irracional. Eso es lo que dicen cinco magistrados, cinco, del Supremo. A ver ahora qué dice la sociedad española, siempre tan apasionada cuando de defender causas justas se trata. ¿Dejará, sin hacer oír su voz, que Fuerza Nueva, perdón, Manos Limpias, use y abuse del Derecho? ¿Permitirá, sin protestas, que conceptos como Estado de Derecho, por el que tanto lucharon los antifranquistas, sean utilizados contra las víctimas, para que una vez más queden en el olvido? Ya no se trata de Garzón, de cuya amistad me honro, es que no nos tomen el pelo. Prevaricar no es actuar para ensanchar el Derecho, prevaricar es no haber actuado antes. Y mofarse de la justicia es aceptar como normal que los franquistas vengan a dar lecciones de escrúpulo democrático.
Ayer fueron armas, hoy son notas de música. Luego avanzamos. La idea, según creo haber entendido, fue de la Fundación Calouste Gulbenkian y luego se sumaron el Ayuntamiento de Amadora y el Conservatorio Nacional. Se trataba de reunir a niños que viven en barrios degradados y enseñarles música y a tocar un instrumento. El propósito no era original, baste recordar la reciente revelación de la orquesta juvenil de Venezuela, ahora conocida en todo el mundo, pero si hubiera sido un error de partida seguir o imitar una idea mala, nociva, de alguna manera perjudicial, esta valdría su peso en oro en caso de que una idea tan rica de contenido pudiese ser pesada. Acabo de ver un video en el que se presentan unas cuantas niños, de color la mayor parte, en torno a instrumentos en que ni en sueños les habrían puesto alguna vez las manos encima, manejando arcos y llaves con una facilidad para mí asombrosa, y fue inevitable que recordara el tiempo, no mucho, en que frecuenté la Academia de Amadores de Música, donde no hice más que balbucear unos vagos solfeos y tropezar con los dedos en el teclado de un piano. (Mi futuro no estaba ahí.) E incluso cuando el futuro de todas esas criaturas no acabe siendo la música, tengo la seguridad de que nunca olvidarán las horas pasadas en la sala de ensayos y menos aún, creo, los caminos para llegar hasta ahí, cargando ellos mismos las cajas de sus instrumentos, pequeñas si son para una flauta, manejables si contienen un violín, menos cómodas si de un violoncelo se trata. La gravedad de esos rostros, también cuando la boca se les abría en sonrisas, la luz de aquellas miradas, la ponderación con que respondían a las preguntas, me confirmaron una vieja idea, la de que la felicidad es una cosa muy seria. Compenetrados, atentísimos, ensayaban unos cuantos compases de la Novena de Beethoven. Creo que los que lean estas páginas estarán de acuerdo comigo si les digo que es un buen principio de vida.
El negocio de las armas, sujeto a la legalidad más o menos flexible de cada país o de simple y descarado contrabando, no está en crisis. Es decir, la tan hablada y sufrida crisis que viene destrozando física y moralmente a la población del planeta no toca a todos. Por todas partes, aquí, allí, los sin trabajo se cuenta por millones, todos los días millares de empresas se declaran en quiebra y cierran las puertas, pero no consta que ni un sólo obrero de una fábrica de armas haya sido despedido. Trabajar en una fábrica de armas es un seguro de vida. Ya sabemos que los ejércitos necesitan armarse, substituir por armas nuevas y más mortíferas (de eso se trata) los antiguos arsenales que tuvieron su tiempo pero ya no satisfacen las necesidades de la vida moderna. Así, parece evidente que los gobiernos de los países exportadores deberían controlar severamente la producción y la comercialización de las armas que fabrican. Ocurre, sin embargo, que unos no lo hacen y otros miran a otro lado. Hablo de gobiernos porque es difícil creer que, siguiendo el modelo de las instalaciones industriales más o menos ocultas que abastecen el narcotráfico, existan en el mundo fábricas clandestinas de armamento. De este modo, no hay una pistola que, por decirlo así, no vaya tácitamente certificada por el respectivo, aunque invisible, sello oficial. Cuando en un continente como el sudamericano, por ejemplo, se calcula que hay más de 80 millones de armas, es imposible no pensar en la complicidad mal disimulada de los gobiernos, tanto de los exportadores como de los importadores. Se dice que la culpa, por lo menos en parte, es del contrabando a gran escala, olvidando que para hacer contrabando de algo es condición sine qua non que ese algo exista. La nada no es materia de contrabando.Toda la vida he estado a la espera de ver una huelga de brazos caídos en una fábrica de armamento, inútilmente esperé, porque tal prodigio nunca ocurrió ni ocurrirá. Y era esa mi pobre y única esperanza de que la humanidad todavía fuese capaz de mudar de camino, de rumbo, de destino.
Más o menos al principio de los años 70, cuando no era nada más que un escritor principiante, un editor de Lisboa tuvo la insólita idea de pedirme que escribiera un cuento para niños. No estaba yo nada seguro de poder desempeñar dignamente el encargo, por eso, además de la historia de una flor que se estaba muriendo por la falta de unas gotas de agua, traté de curarme en salud poniendo al narrador a pedir disculpas por no saber escribir historias para la gente menuda, a la que, por otro lado, diplomáticamente, convidaba a reescribir con sus propias palabras el cuento que yo les contaba. El hijo pequeño de una amiga, a quien tuve el atrevimiento de regalarle el librito, confirmó sin piedad mi sospecha: “Realmente”, le dijo a la madre, “él no sabe escribir historias para niños”. Aguanté el golpe e intenté no pensar más en aquella frustrada tentativa de llegar a reunirme con los hermanos Grimm en el paraíso de los cuentos infantiles. Pasó el tiempo, escribí otros libros que tuvieron mejor suerte, y un día recibí una llamada telefónica de mi editor Zeferino Coelho comunicándome que estaba pensando reeditar mi cuento para niños. Le dije que debía de haber una equivocación, porque yo nunca había escrito nada para niños. Es decir, se me había olvidado totalmente el infausto acontecimiento. Y así fue, hay que decirlo, como comenzó la segunda vida de “La mayor flor del mundo”, ahora con la bendición de los extraordinarias collages que João Caetano hizo para la nueva edición y que contribuyeron de manera definitiva para su éxito. Miles de nuevas historias (miles, sí, no exagero) han sido escritas en las escuelas primarias de Portugal, España y medio mundo, miles de versiones en las que miles de niños han demostrado su capacidad creadora, no sólo como pequeños narradores, sino también como incipientes ilustradores. Al final, el hijo de mi amiga no tenía razón, el cuento, de transparente sencillez, había encontrado sus lectores. Pero las cosas no se quedaron por ahí. Hace algunos años, Juan Pablo Etcheverry y Chelo Loureiro, que viven en Galicia y trabajan en el cine, me buscaron con el proyecto de hacer de la “Flor” una animación en plastilina, para la que Emilio Aragón ya había compuesto una hermosa música. Me pareció interesante la idea, les di la autorización que pedían y, pasado el tiempo necesario, inútil decir que después de muchos sacrificios y dificultades, el corto fue estrenado. Yo mismo aparezco, con sombrero y bastante favorecido en la edad. Son quince minutos de la mejor animación, que el público ha aplaudido y premiado en salas y festivales de cine, como en el pasado recientemente, en Japón y Alaska. Como ahora, con el premio que acaba de serle atribuido en el Festival de Cine Ecológico de Tenerife, felizmente resucitado tras una parada forzosa de algunos años. Chelo ha venido a nuestra casa, nos ha traído el premio, una escultura representando una planta que parece que quiere ascender hasta el sol y que, muy probablemente, continuará su existencia en la Casa dos Bicos, en Lisboa, para mostrar como en este mundo todo está ligado a todo, sueño, creación, obra. Es lo que nos salva, el trabajo.
En portugués diríamos personas de edad. En un caso y en otro se trata de eufemismos para huir a la aborrecida palabra “viejos”, que pudiendo y debiendo ser tomada como una afirmación vital (“Viví y estoy vivo”), es, con demasiada frecuencia, lanzada contra la cara del mayor como una especie de descalificación moral. Y, pese a todo, por lo menos en mi país, se usaba (¿se usará todavía?) una respuesta definitiva, fulminante, de esas que le tapan la boca al interlocutor: “Viejos son los trapos”, respondían los viejos de mi tiempo a quienes se atrevían a llamarles viejos. Y seguían con su trabajo, sin prestarle más atención a las voces del mundo. Viejos serían, claro, pero no inútiles, no incapaces de meter la sobilla en el lugar cierto del zapato o de guiar a reja del arado con el que anduviese labrando. La vida tenía una cosa mala: era dura. Y tenía una cosa buena: era sencilla.
Hoy sigue siendo dura, pero perdió la sencillez. Tal vez haya sido esta percepción, formulada así o de otra manera, la que hizo nacer la idea de crear una universidad para personas de edad en Castilla-La Mancha, ésa que precisamente se llama Universidad para Mayores y de la que tengo el honor de ser patrono. Personas a quienes la edad obligó a dejar su trabajo ¿qué hacer con ellas? Otras en las que la edad hizo nacer curiosidades que hasta entonces no se habían experimentado ¿qué hacer con ellas? La respuesta no se hizo esperar: crear una universidad para las generaciones de canas y arrugas en la cara, un lugar donde pudiesen estudiar y descubrir mundos del conocimiento ocultos o mal sabidos. Cada una de esas personas, cada una de esas mujeres, cada uno de esos hombres, puede decir cuando abre un libro o escribe la respuesta en un cuestionario: “No me he rendido”. En ese momento un aura de juventud rediviva les cruza por el rostro, en espíritu es como si estuviesen sentados al lado de los nietos, o fueran ellos quienes vinieron a sentarse al lado de sus mayores. El conocimiento une a cada uno consigo mismo y a todos con todos.
Cualquier edad es buena para aprender. Mucho de lo que sé lo he aprendido ya en la edad madura y hoy, con 86 años, sigo aprendiendo con el mismo apetito. No frecuento la Universidad para Mayores Castilla-La Mancha (espero ir un día), pero comparto la alegría (diría incluso la felicidad) de los que allí estudian, esos a quienes me dirijo con estas palabras simples: Queridos Colegas.
Me había jurado a mí mismo no volver a escribir sobre este figurón en los tiempos más próximos, pero, otra vez, la fuerza de los hechos puede más que mi voluntad. En este caso no se trata de mises, modelos y bailarinas elegidas a dedo (o con dedos) para el Parlamento Europeo ni de joyas como regalo de aniversario a jovenes “ragazze” poco más que adolescentes que tratan al primer ministro italiano por “papi”, término que no sé exactamente lo que quiere decir (mi fuerte no es el italiano hablado por las lolitas de allí), aunque prometiera mucho hasta para el menos atento de los exámenes. Tampoco se trata del pregonado divorcio del que, personalmente, dudo mucho que se acabe consumando porque los intereses materiales mutuos pesan y es grande el riesgo de que la comedia (si lo es) acabe en reconciliación y muchas horas de transmisión televisiva.
Lo que me sacó de mi relativo sosiego en relación al “padrone” Berlusconi es una sentencia del Tribunal de Milán que condena al abogado británico David Mills a cuatro años y medio de prisión por corrupción en acto judicial. Se afirma en la sentencia que Berlusc (así me ha salido, así lo dejo) sobornó en 1997, nada menos que con 600 mil dólares, a dicho abogado y que éste incurrió en “falso testimonio” con el objetivo de “proporcionar impunidad a Berlusconi y al grupo Fininvest”. La reacción de Berlusc es típica: “Es una sentencia absolutamente escandalosa, contraria a la realidad”. Y más: “Habrá recurso, habrá otro juez, y yo estoy tranquilo”. El lector notará esa referencia a “otro juez” que, por lo menos así lo leo yo, no pasa de un acto fallido que me permitiré interpretar de esta manera: “Habrá otro juez, al que yo trataré de sobornar”. Como sobornó otros antes, añado.
Me gustaría pensar que el fin de Berlusc se aproxima. Aunque para eso será necesario que el electorado italiano salga de su apatía, sea involuntaria o cómplice, y retome la frase de Cicerón que hace días recordé. Que la digan una vez y que se oiga en todo el mundo: “Demasiado abusaste de nosotros, Berlusc, la puerta está allí, desaparece”. Y si esa puerta es la de la prisión, entonces podremos decir que habrá sido hecha justicia. Finalmente.
Nunca he visto a la persona en cuestión, nunca le he hablado, no tiene ni tuvo jamás lugar en el círculo de mis intereses, ya sean inmediatos, ya sean distantes, y, para que todo quede dicho en media docena de palabras, teniendo en cuenta los años pasados desde que oía o leía este nombre, ni siquiera sé si sigue vivo. Me refiero a un editor portugués, Domingos Barreira, que, la noche pasada vino a visitarme en mi sueño. Es más, no llegué a verlo y, de haberlo visto, no sabría qué cara ponerle. Lo que él hizo fue enviarme a una secretaria con el aviso de que le gustaría encontrarse comigo para conversar sobre cosas pasadas. Qué cosas pasadas eran esas, ya me gustaría saberlo porque, a pesar de que el encuentro quedó aplazado para el próximo fin de semana, no se habló del lugar. Y, como si eso fuese poco, me desperté, y, cuando desperté, la secretaria no estaba allí.
Ahora, que vengan los doctores de la academia y me expliquen este sueño sin causa aparente ni motivo que se entienda. Salvo si se me quiere aceptar la idea, antes le llamaría convicción, de que la enfermedad que hace un año y pico estuvo a punto de llevarme le dio una vuelta a mi cabeza, desordenando las memorias y volviendo a ordenarlas de otra manera, podría haber sido, también ella, la responsable de este insólito sueño. Desgraciadamente, se quedará sin respuesta la pregunta: “Por qué?” Paciencia, no se puede tener todo y los doctores de la academia sin duda tienen más cosas que hacer que leer esta página.
No será con todos ni será siempre, pero a veces ocurre lo que estamos viendo estos días: que, porque ha muerto un poeta, aparecen en todo el mundo lectores de poesía que se declaran devotos de Mario Benedetti, que necesitan un poema que exprese su desconsuelo y tal vez también para recordar un pasado en que la poesía tuvo un lugar permanente, cuando hoy es la economía la que nos impide dormir. Así, vemos que de repente se establece un tráfico de poesía que habrá dejado perplejos los medidores oficiales, porque de un continente a otro saltan mensajes extraños, de factura original, líneas cortas que parecen decir más de lo que a primera vista se cree. Los descifradores de códigos no dan abasto, demasiadas enigmas para descodificar, demasiados abrazos y demasiada música acompañando sentimientos que son demasiados: el mundo no podría soportar muchos días de esta intensidad emocional, pero tampoco, sin la poesía que hoy se expresa, seríamos enteramente humanos. Y esto, en pocas líneas, es lo que está sucediendo: murió Mario Benedetti en Montevideo y el planeta se hizo pequeño para albergar la emoción de las personas. De súbito los libros se abrieron y comenzaron a expandirse en versos, versos de despedida, versos de militancia, versos de amor, las constantes de la vida de Benedetti, junto a su patria, sus amigos, el fútbol y algunos boliches de trago largo y noches todavía más largas.Murió Benedetti, ese poeta que supo hacernos revivir nuestros momentos más íntimos y nuestras rabias menos ocultas. Si con sus poemas salimos a la calle – codo a codo somos mucho más que dos -, si leyendo “Geografías”, por ejemplo, aprendimos a amar un país pequeño y un continente grande, ahora, según las cartas que llegan a la Fundación, se recuperan momentos de amor que dieron sentido a tiempos pasados, y quién sabe si presentes. Eso también se lo debemos a Benedetti, el poeta que al morir hizo de nosotros herederos del bagaje de una vida fuera de lo común.
Tania y Mario: la libertad*
No es verdad que el mundo está todo descubierto. El mundo no es sólo la geografía con sus valles y montañas, sus ríos y sus lagos, sus planicies, los grandes mares, las ciudades y las calles, los desiertos que ven pasar el tiempo, el tiempo que nos ve pasar a todos. El mundo es también las voces humanas, ese milagro de la palabra que se repite todos los días, como un corona de sonidos viajando en el espacio. Muchas de esas voces cantan, algunas cantan verdaderamente. La primera vez que oí cantar a Tania Libertad tuve la revelación de las alturas de la emoción a que puede llevarnos una voz desnuda, sola delante del mundo, sin ningún instrumento que la acompañara. Tania cantaba a capella "La paloma" de Rafael Alberti, y cada nota acariciaba una cuerda de mi sensibilidad hasta el deslumbramiento.Ahora Tania Libertad canta a Mario Benedetti, ese gran poeta a quien tan bien le sentaría el nombre de Mario Libertad...Son dos voces humanas, profundamente humanas, que la música de la poesía y la poesía de la música han reunido. De él la palabras, de ella la voz.Oyéndolas estamos más cerca del mundo, más cerca de la libertad, más cerca de nosotros mismos.Canción: Tania Libertad - Papel Mojado - dueto con Joan Manuel Serrat[caption id="attachment_637" align="aligncenter" width="450" caption="La vida ese paréntesis - Tania Libertad interpreta poemas de Mario Benedetti - Música de Víctor Merino - Alfaguara"][/caption]*Nota: Prógolo para el disco de Tania Libertad - Ese paréntesis la vida.
Una de estas últimas noches vi en televisión algunas películas antiguas de Chaplin, a saber, dos o tres episodios en las trincheras de la primera guerra mundial y un filme más extenso, “The Pilgrim”, en el que retoma, con menos felicidad que en otros casos, el tema recurrente de un Chaplin sin culpas perseguido por la policía. No sonreí ni una sola vez. Sorprendido comigo mismo, como si hubiese faltado a un juramento solemne, me tomé el trabajo de intentar recordar, tanto cuanto es posible ochenta años después, qué risas, qué carcajadas me hizo soltar Charlot en los dos cine populares de Lisboa que frecuentaba cuando tenía seis o siete años. No conseguí acordarme de mucho. Mis ídolos en esa época eran dos cómicos suecos, Pat y Patachon, que esos, sí, eran, para mí, auténticos campeones de la carcajada. Seguí reflexionando para mis adentros, siempre los adentros son buenos consejeros porque en principio no mudan de casa ni de opinión, y llegué a la inesperada conclusión de que Chaplin, finalmente, no es un cómico, sino un trágico. Obsérvese lo triste que es todo, todo es melancólico en sus películas. La propia máscara chaplinesca, toda ella en blanco y negro, piel de yeso, cejas, bigote, ojos como pingos de alquitrán, es una máscara que no desentonaría nada al lado de las representaciones plásticas clásicas del actor trágico. Y hay más. La sonrisa de Chaplin no es una sonriso feliz, al contrario, me aventuro a decir, sabiendo a lo que me arriesgo, que es tan inquietante que quedaría bien en la boca de cualquier drácula. Si yo fuera mujer, huiría de un hombre que me sonriese así. Esos incisivos, demasiado grandes, demasiado regulares, demasiado blancos, asustan. Son una mueca en el encuadre rígido de los labios. Sé de antemano que poquísimos estarán de acuerdo comigo. El caso es que, una vez que se decidió que Chaplin es un actor cómico, nadie le mira la cara. Créanme lo que les digo. Mírenlo de frente sin ideas preconcebidas, observen esas facciones una a una, olviden por un momento la danza de los piececitos, y díganme después qué han visto. Chaplin se pasaría todos sus películas llorando si pudiese.