Así como el señor Jourdain de Molière hacía prosa sin saberlo, hubo un momento en mi vida en que, sin darme cuenta del fenómeno, me encontré metido en algo tan misterioso como la geometría fractal, de la que, escusado será decirlo, ignoraba todo. Eso ocurrió allá por el año 99, cuando un geómetra español, Juan Manuel García-Ruiz, me escribió pidiendo mi atención para un ejemplo de geometría fractal presente en mi libro Todos los nombres. Me indicaba el párrafo en cuestión, el cual reza así: “Observado desde el aire… parece un árbol tumbado, con un tronco corto y grueso, constituido por el núcleo central de sepulturas, de donde arrancan cuatro poderosas ramas, contiguas en su nacimiento, aunque después, en bifurcaciones sucesivas, se extienden hasta perderse de vista, formando… una frondosa copa en que la vida y la muerte se confunden”. No pensé en mudar de oficio, pero todos mis amigos notaron que había una convicción nueva en mi espíritu, una especie de encuentro en el camino de Damasco.Durante aquellos días me codeé con los mejores geómetras del mundo, nada más, nada menos. A lo que ellos llegaron a costa de mucho estudio, lo alcancé yo gracias a un golpe de intuición científica, del que, hablando francamente, a pesar del tiempo pasado, todavía no me he recompuesto. Diez años después, acabo de sentir la misma emoción ante un libro titulado Armonía Fractal – De Doñana a las marismas del que Juan Manuel es autor, junto a su colega Héctor Garrido. Las ilustraciones son, en muchos casos extraordinarias, los textos de una precisión científica nada incompatibles con la belleza de las formas y de los conceptos. Cómprenlo y regálense. Es una autoridad quien lo recomienda…
De tarde en tarde el día amanece diferente. Que lo digan los indios de la reserva indígena da Raposa do Sol en el Estado de Roraima, al norte de Brasil, a quienes el Supremo Tribunal Federal acaba de reconocerles y confirmar definitivamente su derecho a la plena posesión y al uso pleno de los mil kilómetros cuadrados de superficie de la reserva. La sentencia no deja ningún margen de dudas: los no indios deben salir inmediatamente de la Raposa do Sol, así como las empresas arroceras que durante años invadieron el territorio y en él se instalaron abusivamente. Ya en 2005 el presidente Lula había decidido la entrega de la reserva a los indígenas y la salida de las empresas arroceras, pero las autoridades del Estado de Roraima, favorables a los arroceros, recurrieron al Supremo Tribunal por considerar inconstitucional el decreto presidencial. Cuatro años después el Supremo ha decidido la cuestión y ha puesto una piedra definitiva sobre el asunto. No todo, sin embargo, son rosas en este idílico cuadro. Finalmente, la lucha de clases, tan discutida en épocas relativamente recientes y que parecía haber sido condenada al cubo de la basura de la Historia, existe de verdad. Con esta visión unilateral que tenemos nosotros, los europeos, de los problemas sociales de América Latina, tendemos a ver unanimidades donde no existen ni existieron nunca. En la Raposa do Sol, los indios adinerados, que también los hay, hicieron causa común con los no indios y con las empresas arroceras. La fiesta fue de los otros, de los pobres.
Más abajo, en la Ciudad Maravillosa, la de la samba y del carnaval, la situación no está mejor. La idea, ahora, es rodear las favelas con un muro de cemento armado de tres metros de altura. Tuvimos el muro de Berlín, tenemos los muros de Palestina, ahora los de Río. Entretanto, el crimen organizado campea por todas partes, las complicidades verticales y horizontales penetran los aparatos del Estado y la sociedad en general. La corrupción parece imbatible. ¿Qué hacer?
Los avisos no faltaban: cuidado, la Unión Europea se arriesga a ser un saco de gatos con lo que eso tiene de peligroso como de ridículo. Era imposible que los viejos egoísmos nacionales, la sempiterna ambición personal de los políticos, la corrupción mental (por lo menos ésa) que desde la primera hora contagia cualquier intento de organización colectiva que no se rija por principios claros de honestidad intelectual y de respeto mutuo, era imposible, repito, que este conjunto de negatividades extremas no acabase por confrontar a la Unión Europea con su más grotesca caricatura. Ha sucedido ahora con la intervención del checo Mirek Topolanek, presidente de turno de la Unión y, desconcertante paradoja, dimisionario del cargo de primer ministro de su país, que no solo envistió contra el presidente de Estados Unidos utilizando los términos más duros, acusándolo de, con su plan, llevar la economía por el “camino del infierno”, o, en versión atenuada, “del desastre”, dejando claro por donde van sus sueños y simpatías: liberalismo radical de la vieja escuela y rechazo de cualquier medida que pueda ser asimilable, aunque sea superficialmente, a un intervencionismo socialdemócrata. El señor Topolanek es, como se ve, una firme esperanza de la humanidad.
En coincidencia, el presidente del gobierno de España, Rodríguez Zapatero, se encuentra desde hace dos días bajo fuego cerrado de todo el arco de la oposición parlamentaria debido, no a la próxima retirada de las tropas españolas, que esa ya estaba decidida hace más de un año, sino por haber faltado a las normas más elementales, no informando previamente a la OTAN ni a la administración norteamericana. En mi opinión, efectivamente, el gobierno se equivocó. Pero la cuestión que se me presenta es ésta: qué piensa hacer el Parlamento Europeo para dejarle claro al señor Topolanek que, además de reaccionario, es grosero y maleducado?
Dialogo de un anuncio de automóviles en televisión. Al lado del padre, que conduce, la hija, de unos seis o siete años, pregunta: “Papá, sabías que Irene, mi compañera de clase, es negra?” Responde el padre: “Sí, claro…” Y la hija: “Pues yo no…” Si estas tres palabras no son propiamente un puñetazo en la boca del estomago, son sin duda otra cosa: un mazazo en la mente. Se diría que el breve diálogo no es más que el fruto del talento creador de un publicitario con genio, pero, aquí al lado, mi sobrina Julia, que no tiene más que cinco años, preguntada sobre si en Tías, lugar donde vivimos, había negras, respondió que no sabía. Y Julia es china…Se dice que la verdad sale espontáneamente de la boca de los niños, sin embargo, ante los ejemplos dados, no parece que ese sea el caso, puesto que Irene es realmente negra y negras no faltan tampoco en Tías. La cuestión es que, al contrario de lo que generalmente se cree, por mucho que se intente convencernos de lo contrario, las verdades únicas no existen: las verdades son múltiples, sólo la mentira es global. Las dos niñas no veían negras, veían personas, personas como ellas mismas se ven a sí mismas, luego, la verdad que les salió de la boca fue simplemente otra.Ya el señor Sarkozy no piensa así. Ahora ha tenido la idea de mandar que se realice un censo étnico destinado a “radiografiar” (la expresión es suya) la sociedad francesa, es decir, saber quienes son y donde están los emigrantes, supuestamente para retirarlos de la invisibilidad y comprobar si las políticas contra la discriminación son eficaces. Según una opinión muy difundida, el camino hacia el infierno está calcetado de buenas intenciones. Por ahí creo que irá Francia si la iniciativa prospera. No es nada difícil imaginar (los ejemplos abundan en el pasado) que el censo pueda llegar a convertirse en un instrumento perverso, origen de nuevas y más sofisticadas discriminaciones. Estoy pensando seriamente pedirle a los padres de Julia que la lleven a Paris para aconsejar al señor Sarkozy…
Hace unos días leí un artículo de Nicolás Ridoux, autor de Menos es más. Introducción a la filosofía del decrecimiento, y recordé que hace ya unos buenos años, en vísperas de la entrada del milenio en que ya estamos instalados, participé en unas jornadas en Oviedo donde a algunos escritores se nos solicitaban que trazáramos objetivos para el milenio. A mí siempre me pareció que hablar del milenio era demasiado ambicioso, así que propuse hablar del día siguiente. Recuerdo que hice propuestas concretas y que una de ellas era la que ahora enuncia Ridoux, en su Menos es más. Por eso he buscado en el disco duro del ordenador, y recupero parte de lo que escribí hace años y que hoy parece tener más actualidad que entonces.En cuanto a las visiones de futuro, creo que sería preferible que comenzáramos preocupándonos del día de mañana, cuando se supone que todavía estaremos casi todos vivos. Verdaderamente, si en el remoto año de 999, en cualquier lugar de Europa, los pocos sabios y los muchos teólogos que entonces existían se hubiesen puesto a tratar de adivinar como sería el mundo pasados mil años, me da que se equivocarían en todo. En algo pienso que más o menos acertarían: en que no habría diferencias fundamentales entre el confuso humano de hoy, que no sabe y no quiere preguntar hacia donde lo llevan, y el amedrentado ser que, en aquellos días, creía que estaba próximo el fin del mundo. Por lo demás, seguramente será mucho mayor el número de diferencias entre las personas que hoy somos y las que nos sucederán, no de aquí a mil años, sino a cien. Dicho con otras palabras: tal vez tengamos más que ver con los que vivieron hace un milenio, que con esos otros que de aquí a un siglo habitarán el planeta... Es ahora cuando el mundo se acaba, está en el ocaso lo que hace mil años apenas amanecía.Pues bien, mientras se acaba y no se acaba el mundo, mientras se pone y no se pone el sol ¿por qué no nos dedicamos a pensar un poco en el día de mañana, ese en que casi todos todavía estaremos felizmente vivos? En vez de unas cuantas propuestas gratuitas sobre y para uso del tercer milenio, que luego, probablemente, el tiempo se encargará de reducir a cisco ¿por qué no nos decidimos a poner de pié unas cuantas ideas simples y unos cuantos proyectos al alcance de cualquier comprensión? Estos, por ejemplo, en caso de no encontrar nada mejor: a) desarrollar desde la retaguardia, es decir, aproximar hasta las primeras líneas de bienestar a las crecientes masas de personas que fueron dejadas atrás por los modelos de desarrollo en uso; b) suscitar un sentido nuevo de los deberes humanos, haciéndolo paralelo al ejercicio pleno de sus derechos; c) vivir como sobrevivientes, porque los bienes, las riquezas y los productos del planeta no son inagotables; d) resolver la contradicción entre la afirmación de que estamos cada vez más cerca unos de otros y la evidencia de que nos encontramos cada vez más alejados; e) reducir la diferencia, que aumenta cada día, entre los que saben mucho y los que saben poco.Creo que de las respuestas que demos a cuestiones como éstas dependerá nuestro mañana y nuestro pasado mañana. Y dependerá el próximo siglo. Y el milenio todo. A propósito: ¿Y si volviéramos a la Filosofía?
La historia, por lo general contada por el abuelo de la familia, era inevitable en las veladas pueblerinas, no como simple divertimento para los inocentes infantes, sino como pieza fundamental de un buen sistema educativo, precursor, de alguna forma, del juramento con que los testigos se comprometen, o comprometían, a decir la verdad, toda la verdad y solo la verdad. La duda que aquí dejo resulta simplemente del hecho de no ser asiduo de tribunales, mi curiosidad sobre las diversas manifestaciones de la naturaleza humana no me ha incitado nunca a meter la nariz en la vida ajena, incluso tratándose del mayor criminal del siglo. Maneras. Pues bien, lo que la historia del abuelo contaba era que un pequeño pastor de ovejas, tal vez para entretener sus solitarias horas en el campo, decidió un día gritar que venía el lobo, que venía el lobo, de tal modo que la gente de la aldea, armada de cayados, cachiporras y algún trabuco de la penúltima guerra, salió en tromba para defender las ovejas y, de camino, al zagal que las guardaba. Al final no había lobo, había huido con los gritos, dijo el mozo. No era verdad, pero, como mentira, parecía bastante convincente. Satisfecho con el resultado de la mistificación, nuestro pastor decidió repetir la gracia y, una vez más, la aldea acudió en peso. Nada, del lobo ni rastro. A la tercera vez, sin embargo, nadie movió un pie de su casa, estaba visto que el zagal mentía con cuantos dientes tenía en la boca, así que grite, que ya se cansará. El lobo se llevó las ovejas que quiso, mientras el mozo, encaramado en un árbol, contemplaba impotente el desastre. Aunque el tema de hoy no sea ese, viene a pelo recordar las veces que muchos de nosotros también gritamos que viene el lobo. Fueron muchos más los que negaban que el lobo viniese, pero por fin vino y traía una palabra en el collar: crisis.
Vamos a ver que pasará después de la reciente noticia de que son muchos, muchísimos, los portugueses que han decidido aprender español. Temo, no obstante, que los patrioteros de costumbre comiencen a gritar por ahí que viene el lobo. De acuerdo que algo viene, y esa es la necesidad de aproximación de los pueblos de la península, éste de aquí y los otros de allá. La Historia, cuando quiere, empuja mucho.
Hace años, bastantes ya, en un viaje que de Canadá nos llevó a Cuba, hicimos parada en Costa Rica y El Salvador. De esta última visita quiero hablar hoy. Como siempre sucede cuando voy viajando por ahí, dí algunas entrevistas, la más importante de ellas a Mauricio Funes, ahora presidente electo de El Salvador. No lo conocía de antes. Tuve la grata sorpresa de encontrar, no a un periodista más o menos al servicio del poder, encargado de convencer al recién llegado escritor de las virtudes de un régimen basado en la más feroz represión, responsable directo, desde el gobierno a las fuerzas militares, de los abusos, arbitrariedades y crímenes cometidos por el Estado y por las poderosas familias de terratenientes, señores absolutos de la economía del país, sino a un interlocutor culto e informado de todo cuanto atañía, no sólo al largo martirio sufrido por el pueblo, sino también sobre la problemática posibilidad de un cambio que todavía no parecía vislumbrarse en el horizonte social y político en la sociedad salvadoreña. No volvimos a vernos, aunque Pilar ha mantenido, desde entonces, y en momentos personales y políticos muy duros para ellos, una correspondencia frecuente con Vanda Pignato, la esposa de Mauricio, que, a partir de ahora, seguramente se intensificará.
El otro Funes que aparece en el título es el de Borges, aquel hombre dotado de una memoria que lo absorbía todo, todo lo registraba, hechos, imágenes, lecturas, sensaciones, la luz de un amanecer, una onda de agua en la superficie de un lago. No le pido tanto al presidente electo de El Salvador, salvo que no olvide ninguna de las palabras que pronunció la noche de su triunfo ante los miles de hombres y mujeres que habían visto nacer finalmente la esperanza. No los desilusione, señor presidente, la historia política de América del Sur transpira decepciones y frustraciones, de pueblos enteros cansados de mentiras y engaños, es hora, es urgente cambiar todo esto. Para Daniel Ortega, ya basta con uno.
Este texto cierra medio año de trabajo. Otros trabajos y años vendrán a continuación si los hados así lo quieren. Hoy, porque coincide con su aniversario, mi tema es Pilar. No habrá ninguna sorpresa para quien recuerde lo que sobre ella he dicho y escrito en el ya casi cuarto de siglo que llevamos juntos. Esta vez, sin embargo, quiero dejar constancia, y supremamente lo quiero, de lo que ella significa para mí, no tanto por ser la mujer que amo (que eso son cuentas de nuestro rosario privado), sino porque gracias a su inteligencia, a su capacidad creativa, a su sensibilidad, y también a su tenacidad, la vida de este escritor ha podido ser, más que la de un autor de razonable éxito, la de una continua ascensión humana. Faltaba, aunque eso no lo podía imaginar antes, la idealización y concreción de algo que fuera más allá de la esfera de la actividad profesional o que pudiera presentarse como su prolongación natural. Así nació la Fundación, obra en todo y por todo obra de Pilar y cuyo futuro no puede concebirse, a mi entender, sin su presencia, sin su acción, sin su genio particular. Dejo en sus manos el destino de la obra que creó, su progreso, su desarrollo. Nadie lo merecería más, ni siquiera de lejos. La Fundación es un espejo en que nos contemplamos los dos, pero la mano que lo sostiene, la mano firme que lo sostiene, es la de Pilar. En ella confío como en ninguna otra persona sería capaz. Casi me apetece decir: este es mi testamento. Pero no nos asustemos, no voy a morir, la Presidenta no me lo permitiría. Ya le debí la vida una vez, ahora es la vida de la Fundación la que ella deberá proteger y defender. Contra todo y contra todos. Sin piedad, si llegara a ser necesario.
El eminente estadista italiano que tiene por nombre Silvio Berlusconi, también conocido por el apodo de il Cavaliere, acaba de generar en su privilegiado cerebro una idea que lo coloca definitivamente a la cabeza del pelotón de los grandes pensadores políticos. Pretende él que, para obviar los largos, monótonos y tediosos debates y agilizar los trámites en las cámaras, senado y parlamento, sean los jefes de los grupos parlamentarios quienes ejerzan el poder de representación, acabándose al mismo tiempo con el peso muerto de unos cuantas cientos de diputados y senadores que, en la mayor parte de los casos, no abren la boca en toda la legislatura, salvo para bostezar. A mí, debo reconocerlo, me parece bien. Los representantes de los mayores partidos, tres o cuatro, digamos, se reunirían en un taxi de camino a un restaurante donde, alredor de una buena mesa, tomarían las decisiones pertinentes. Tras de sí llevarían, pero viajando en bicicleta, a los representantes de los partidos menores, que comerían en el mostrador, en caso de haberlo, o en una cafetería cercana. Nada más democrático. De camino podría comenzar a pensarse en liquidar esos imponentes, arrogantes y pretenciosos edificios denominados parlamentos y senados, fuentes de continuas discusiones y de elevados gastos que no aprovechan al pueblo. De reducción en reducción supongo que llegaríamos al ágora de los griegos. Claro, con ágora, pero sin griegos. Me dirán que a este Cavaliere no hay que tomarlo en serio. Sí, pero el peligro es que acabemos por no tomar en serio a quienes lo eligen.
Cuando en Argentina se inauguró el memorial a las víctimas de la dictadura, las madres que eran nuestras guías nos señalaban, podría decirse que con el orgullo con que las madres suelen hablar de sus hijos: “mira, este es mi hijo, ahí está el de Juan Gelman, este es un sobrino”... Eran simplemente nombres escritos en piedra, nombres besados mil veces, incluso yo mismo los besé, como besaban en Madrid los nombres de las víctimas del peor atentado terrorista de Europa hoy, 11 de marzo, cinco años después de un día que difícilmente podremos olvidar porque el terror hurgó bien hondo, hasta el corazón de la sociedad. Para conseguir, seguramente, que despreciáramos más sus causas y, de una vez por todas, el método que emplean, el terror como único argumento, malditos sean.
Hoy veía a madres abrazadas, a víctimas contemplándose y quizá queriendo ver en las miradas de otros la de sus desaparecidos. Recordé que hace tiempo dije que esa imagen era lacerantemente bella. Pilar pide que la recupere. Dejo aquí el texto de hace tiempo. Con mi abrazo a las víctimas y mi beso a los nombres escritos en nuestra memoria.
En España, solidarizarse es un verbo que todos los días se conjuga simultáneamente en sus tres tiempos: presente, pasado y futuro. El recuerdo de la solidariedad pasada refuerza la solidariedad que el presente necesita, y ambas, juntas, preparan el camino para que la solidariedad, en el futuro, vuelva a manifestarse en toda su grandeza. El 11 de marzo no fue solo un día de dolor y de lágrimas, fue también el día en que el espirito solidario del pueblo español ascendió a lo sublime con una dignidad que profundamente me impresionó y que todavía hoy me emociona cuando lo recuerdo. Lo bello no es solo una categoría de lo estético, podemos encontrarlo también en la acción moral. Por eso diré que pocas veces, en cualquier lugar del mundo, el rostro de un pueblo herido por la tragedia habrá tenido tanta belleza.