28 Sep, 2008
Claro como el agua
Como siempre ha sucedido, y siempre sucederá, la cuestión central en cualquier tipo de organización social humana, de la que todas las demás derivan y hacia la que todas acaban confluyendo, es la cuestión del poder, y el problema teórico y práctico al que nos enfrentamos es identificar quién lo controla, averiguar como le ha llegado, verificar el uso que de él hace, los medios de que se sirve y los fines a que apunta. Si la democracia fuese, de hecho, lo que con auténtica o fingida ingenuidad seguimos diciendo que es, el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, cualquier debate sobre la cuestión del poder carecería de sentido, puesto que, residiendo el poder en el pueblo, es al pueblo a quien le compete su administración, y, siendo el pueblo el que administra el poder, está claro que solo lo hará en su propio beneficio y para su propia felicidad, que a eso le obligaría lo que he dado en llamar, sin ninguna pretensión de rigor conceptual, la ley de la conservación de la vida. Ora bien, solo un espíritu perverso, panglosiano hasta al cinismo, osaría pregonar la felicidad de un mundo que, muy por el contrario, nadie debería pretender que lo aceptamos tal cual es, sólo por el hecho de ser, supuestamente, el mejor de los mundos posibles. Es la propia y concreta situación del mundo llamado democrático donde, si es verdad que los pueblos son gobernados, también es verdad que no lo son por sí mismos ni para sí mismos. No vivimos en democracia, vivimos en una plutocracia que ha dejado de ser local y próxima para ser universal e inaccesible.Por definición, el poder democrático será siempre provisional y coyuntural, dependerá de la estabilidad del voto, de las fluctuaciones de las ideologías o de los intereses de clase, de manera que puede ser entendido como un barómetro orgánico que va registrando las variaciones de la voluntad política de la sociedad. Pero, ayer como hoy, y hoy con una amplitud cada vez mayor, abundan los casos de cambios políticos aparentemente radicales que tuvieron como efecto radicales cambios de gobierno, aunque no fueron seguidos por los cambios económicos, culturales y sociales radicales que el resultado del sufragio prometía. Decir hoy gobierno “socialista”, o “socialdemócrata”, o “conservador”, o “liberal”, y llamarle poder, es pretender nombrar algo que en realidad no está donde parece, sino en otro inalcanzable lugar, el del poder económico y financiero, cuyos contornos podemos percibir en filigrana, pero que invariablemente se nos escapa cuando intentamos acercarnos e inevitablemente contraataca si tenemos la veleidad de intentar reducir o regular su dominio, subordinándolo al interés general. Con otras y más claras palabras, digo que los pueblos no eligieron a sus gobiernos para que los “llevasen” al Mercado, que es el Mercado quien condiciona por todo los medios a los gobiernos para que le “lleven” a los pueblos. Y hablo así del Mercado porque hoy, y más cada día que pasa, es el instrumento por excelencia del autentico, único e inobjetable poder, el poder económico y financiero mundial, ése que no es democrático porque no lo eligió el pueblo, que no es democrático porque no está dirigido por el pueblo, que finalmente no es democrático porque no contempla la felicidad del pueblo.Nuestro antepasado de las cavernas diría: “Es agua”. Nosotros, un poco más sabios, avisamos: “Sí, pero está contaminada”.