24 Dic, 2008
Un año después
“Morí” en la noche del 22 de diciembre de 2007, a las cuatro horas de la madrugada, para “resucitar” solo nueve horas después. Un colapso orgánico total, un paro de las funciones del cuerpo, me llevaron al último umbral de la vida, ahí donde ya es demasiado tarde para despedidas. No recuerdo nada. Pilar estaba allí, estaba también María, mi cuñada, una y otra delante de un cuerpo inerte, abandonado de todas las fuerzas y donde el espíritu parecía haberse ausentado, que más tenía ya de irremediable cadáver que de ser viviente. Son ellas quienes me cuentan hoy lo que fueran aquellas horas. Ana, mi nieta, llegó en la tarde del mismo día, Violante al siguiente. El padre y abuelo todavía era como la pálida llama de una vela que amenazaba extinguirse con el soplo de su propia respiración. Supe después que mi cuerpo sería expuesto en la biblioteca, rodeado de libros y, digámoslo así, otras flores. Escapé. Un año de recuperación, lenta, lentísima como me avisaron los médicos que tendría que ser, me devolvió la salud, la energía, la agilidad de pensamiento, me devolvió también ese remedio universal que es el trabajo. En dirección, no a la muerte, sino a la vida, hice mi propio “Viaje del elefante”, y aquí estoy. Para servirles.