En pie de paz
Federico Mayor Zaragoza transforma en poemas los dolores y las angustias que trae en su conciencia. No es, lo sabemos, el único poeta que así ha procedido, pero la diferencia, a mi entender, radica en que los poemas que conforman esta colectánea, prácticamente sin excepción, representan un apelo a la conciencia del mundo, apelo exento esta vez de los espejismos de un cierto optimismo que, de forma casi sistemática, parecía ser el suyo. Hablar de la conciencia del mundo podría entenderse, si de la interpretación fácil hacemos norma, como una vaguedad más que se uniría a las que en los últimos tiempos vienen infectando el discurso ideológico de algunos sectores del llamado pensamiento de la izquierda. No es el caso. Federico Mayor Zaragoza conoce la humanidad y el mundo como pocos, no es un voluble turista de las ideas, de ésos que dedican lo mejor de su atención a saber de qué lado sopla el viento y, luego, ajustar los rumbos siempre que lo consideren conveniente. Cuando afirmo que Federico Mayor apela con sus poemas a la conciencia del mundo, estoy queriendo decir que es a las personas, a todas y a cada una, a quienes se dirige, a la gente de a pie que anda por ahí, perpleja, desorientada, aturdida, en medio de mensajes intencionadamente confusos y contradictorios, intentando no absorber una atmósfera informativa en que la mentira organizada compite con el simple oxígeno, metáfora de lo que pudo ser el respeto por la inteligencia, cuando se creía que la búsqueda de la verdad era la única brújula por que deberían guiarse los que, de informar, hicieron oficio. Algunos, supuestos modernos, dirán que la poesía de Federico Mayor Zaragoza se viene alimentando del inagotable baúl de las buenas intenciones. Personalmente, no estoy de acuerdo. Federico Mayor se alimenta, sí, poética y vitalmente, de otro baúl, ése que guarda el tesoro de su inagotable bondad, de su extraordinaria sencillez. Sus poemas, más elaborados de lo que aparentan en su deliberada simplicidad formal, son la expresión de una personalidad ejemplar que no se ha separado de la masa viviente del mundo, que a ella sigue perteneciendo por sentimiento y por razón, esos dos atributos humanos que en Federico alcanzan un nivel de excelencia. Le debemos a este hombre, a este poeta, a este ciudadano, mucho más de lo que somos capaces de imaginar.En La Universidad de Granada, cuando José Saramago y Federico Mayor Zaragoza recibieron el grado de Doctor Honoris Causa