15 Oct, 2008
Federico Mayor Zaragoza
Comienza la Feira del Libro de Frankfurt: reunidas allí, las grandes industrias del mundo del libro anuncian malos tiempos para este objeto, del que tanto vivimos en el pasado y al que tanto seguimos debiendo. Decía que están allí los grandes editores, pero hay un número infinito de pequeñas editoriales que no pueden viajar, que no disponen de los escaparates de las otras y que, sin embargo, están dificultando que se cumpla el plazo fatal de diez años para que se acabe el libro en papel y se imponga el digital. ¿Cómo será el futuro? No lo sé. Mientras llega ese día, que para los habitantes de la Galaxia Gutemberg será duro, dejo aquí un humilde homenaje a las pequeñas editoriales, a Ánfora, de España, por ejemplo, que publica uno de estos días un libro de mi amigo Federico Mayor Zaragoza, ese hombre que quiso que la UNESCO fuera algo más que una sigla o un lugar de prestigio, es decir, quiso que fuese un foro para la solución de problemas, usando la cultura y la educación como ingredientes fundamentales, seno único. Prologué el libro de Mayor Zaragoza llamado “En pie de paz”, un voto más que un título, y hoy lo traigo a este blog como modesta aportación que pueda juntarse a la cifra de cuantos se esfuerzan en mejorar la vida de las personas. De las anónimas personas que son la carne del planeta.
En pie de paz
Federico Mayor Zaragoza transforma en poemas los dolores y las angustias que trae en su conciencia. No es, lo sabemos, el único poeta que así ha procedido, pero la diferencia, a mi entender, radica en que los poemas que conforman esta colectánea, prácticamente sin excepción, representan un apelo a la conciencia del mundo, apelo exento esta vez de los espejismos de un cierto optimismo que, de forma casi sistemática, parecía ser el suyo. Hablar de la conciencia del mundo podría entenderse, si de la interpretación fácil hacemos norma, como una vaguedad más que se uniría a las que en los últimos tiempos vienen infectando el discurso ideológico de algunos sectores del llamado pensamiento de la izquierda. No es el caso. Federico Mayor Zaragoza conoce la humanidad y el mundo como pocos, no es un voluble turista de las ideas, de ésos que dedican lo mejor de su atención a saber de qué lado sopla el viento y, luego, ajustar los rumbos siempre que lo consideren conveniente. Cuando afirmo que Federico Mayor apela con sus poemas a la conciencia del mundo, estoy queriendo decir que es a las personas, a todas y a cada una, a quienes se dirige, a la gente de a pie que anda por ahí, perpleja, desorientada, aturdida, en medio de mensajes intencionadamente confusos y contradictorios, intentando no absorber una atmósfera informativa en que la mentira organizada compite con el simple oxígeno, metáfora de lo que pudo ser el respeto por la inteligencia, cuando se creía que la búsqueda de la verdad era la única brújula por que deberían guiarse los que, de informar, hicieron oficio. Algunos, supuestos modernos, dirán que la poesía de Federico Mayor Zaragoza se viene alimentando del inagotable baúl de las buenas intenciones. Personalmente, no estoy de acuerdo. Federico Mayor se alimenta, sí, poética y vitalmente, de otro baúl, ése que guarda el tesoro de su inagotable bondad, de su extraordinaria sencillez. Sus poemas, más elaborados de lo que aparentan en su deliberada simplicidad formal, son la expresión de una personalidad ejemplar que no se ha separado de la masa viviente del mundo, que a ella sigue perteneciendo por sentimiento y por razón, esos dos atributos humanos que en Federico alcanzan un nivel de excelencia. Le debemos a este hombre, a este poeta, a este ciudadano, mucho más de lo que somos capaces de imaginar.En La Universidad de Granada, cuando José Saramago y Federico Mayor Zaragoza recibieron el grado de Doctor Honoris Causa