09 Mar, 2009
Douro-Duero
Hace treinta años, cuando todavía uno era un joven y por ventura prometedor escritor a punto de convertirse en sexagenario, andaba por tierras de Miranda do Douro donde comenzaba la inolvidable aventura que acabaría siendo la preparación y la elaboración del libro Viaje a Portugal. No era casual este título. Con él pretendía que el lector, nada más empezar la primera página, comprendiese que de eso se trataba, de un viaje a alguna parte, precisamente a Portugal. Para reforzar en mi propio espíritu esa idea salí del país por Monção y, durante una semana, anduve por Galicia y León hasta que, ya con ojos limpios de las imágenes de costumbre, avancé hacia el descubrimiento de la tierra en que nací. Recuerdo haber parado en medio del puente que une las dos márgenes del río, de un lado, Douro, del otro, Duero, y haber buscado en vano, o fingir que buscaba, la línea de frontera que, pareciendo separar, al final une los dos países. Pensé entonces que una buena manera de comenzar el libro sería glosar el famoso Sermón de Santo Antonio a los Peces del Padre Antonio Vieira, dirigiéndome a los peces que nadan en las aguas del Douro y preguntarles de qué lado se sentían ellos, expresión tal vez demasiado obvia de un ingenuo sueño de amistad, de compañerismo, de mutua colaboración entre Portugal y España. No cayó en saco roto la utópica propuesta. En ese mismo lugar del río, rodeados por el agua común, acaban de reunirse los representantes de 175 municipios de la ribera de un lado y de otro para debatir sobre la creación de una agrupación capaz de coordinar acciones de desarrollo y definir planes viables de futuro. Tal vez ninguno de los presentes haya leído mi versión del sermón del Padre Antonio Vieira, pero el espíritu del lugar andaba llamándolos desde hace treinta años, y ellos han ido. Bienvenidos todos.