Reparar otra vez
En conversación, ayer, con Luis Vázquez, amigo de los más allegados y curador de mis achaques, hablamos de la película de Fernando Meirelles, ahora estrenada en Madrid, aunque no pudimos asistir, Pilar y yo, como pretendíamos, porque un súbito enfriamiento me obligó a recogerme en el lecho, o a guardar cama, como elegantemente se decía en tiempos no muy distantes. La conversación comenzó girando en torno a las reacciones del público durante la exhibición y al final, altamente positivas según Luis y otros testigos fidedignos y merecedores de todo crédito que nos han hecho llegar sus impresiones. Pasamos después, naturalmente, a hablar del libro y Luis me pidió que examinásemos el epígrafe que lo abre (“Si puedes mirar, ve, si puedes ver, repara”) porque, en su opinión, la acción de ver prevalece sobre la acción de mirar y, por tanto, la referencia a mirar podría ser omitida sin prejuicio del sentido de la frase. No pude dejar de darle razón, pero entendí que debería haber otras razones a considerar, por ejemplo, el hecho de que el proceso de visión pase por tres tiempos, consecuentes pero de alguna manera autónomos, que se pueden traducir así: se puede mirar y no ver, se puede ver y no reparar, de acuerdo con el grado de atención que pongamos en cada una de estas acciones. Es conocida la reacción de la persona que, habiendo consultado su reloj de pulsera, vuelve a consultarlo si, en ese mismo momento, alguien le pregunta las horas. Entonces fue cuando se hizo luz en mi cabeza sobre el origen primero del famoso epígrafe. Cuando era pequeño, la palabra reparar, suponiendo que ya la conociera, no sería para mí un objeto de primera necesidad hasta que un día un tío mío (creo que fue el tal Francisco Dinis de quien hablé en Las pequeñas memorias) me llamó la atención sobre una cierta manera de mirar de los toros que casi siempre, lo comprobé después, se acompaña por una cierta manera de levantar la cabeza. Mi tío decía: “Te ha mirado, cuando te miró, te vio, y ahora es diferente, es otra cosa, está reparando”. Esto es lo que le conté a Luis, que inmediatamente me dio la razón, no tanto, supongo, porque lo hubiera convencido, sino porque la memoria lo hizo recordar una situación semejante. También un toro que lo miraba, también ese gesto con la cabeza, también ese mirar que no era simplemente ver, sino reparar. Estábamos finalmente de acuerdo.