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Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

05 May, 2009

Santo de casa

El refrán dice que santos de casa no hacen milagros, salvo que la iglesia acabe un día afirmando lo contrario, que sí señor, sí los hacen, la dificultad está en documentarlos, en reunir testimonios suficientes y creer en su fiabilidad. A lo que parece, Nuno Álvares Pereira, hasta hace poco tiempo Beato de Santa María para la iglesia católica, hizo un milagro en la vida, un sólo, pero más que suficiente para elevarlo a la suprema dignidad de los altares, como acaba ahora mismo de decidir el papa Ratzinger, para el que, por la muestra, cualquier milagro sirve. A una mujer que estaba friendo pescado (¿sería pescado?) le saltó una gotita de aceite hirviendo a un ojo, causándole una llaga, una úlcera o algo de este jaez, con sufrimiento y riesgo de perder la visión del dicho ojo. La mujer invocó el auxilio del Beato de Santa María y la herida no tardó en cicatrizar. Eso es lo que puede deducirse de las informaciones recogidas por la comisión del vaticano encargada de averiguar la limpieza de las candidaturas. Resultado, tenemos un santo portugués más en la estadística del cielo.

Nuno Álvares Pereira, el Condestable, fue siempre una piedra básica en la educación de los portugueses, sobre todo en las primeras clases de la escuela, en las que se forjaban el espirito cívico y el sentimiento patriótico de los futuros ciudadanos. Buenos tiempos aquellos. Guerrero invencible (recordemos Atoleiros y Aljubarrota), espejo de virtudes, ejemplo sublime de dedicación a la patria y de fidelidad absoluta a su rey, un Portugal todo hecho de Nunos Álvares sería el asombro del universo, no tendríamos que esperar el Quinto Imperio anunciado por el Padre Antonio Vieira ni el cumplimiento de las profecías del zapatero Bandarra. Hay sin embargo en la vida de este varón impoluto una mancha impagable sobre la que piadosamente solemos pasar de largo cuando simplemente no nos desviamos. Nuno Álvares Pereira era un hombre rico, riquísimo. Gracias a la liberalidad y a la gratitud de D. João I por los servicios prestados, fue acumulando bienes y dominios a lo largo de la vida, hasta el punto de poseer más tierras que cualquier otro hidalgo del tiempo, incluyendo, por extraordinario que parezca, a la propia casa real. Duró esto hasta el día en que D. João I comprendió que por esa vía iba a quedarse sin país. De ser hoy lo habrían expropiado, pero entonces no encontró mejor solución que comprar lo que le había dado, a Nuno Álvares Pereira, sí, pero también, a Martim Vasques da Cunha, João Fernandes Pacheco, al hermano de este, Lobo Fernandes, Egas Coelho, João Gomes da Silva y otros. Fue notoria la contrariedad del Condestable. Habiendo ido a Estremoz mandó llamar, como cuenta Fernão Lopes, “a algunas gentes, tanto aquellos que en la guerra le sirvieron como a otros criados y amigos, y ahí se reunió un gran número de ellos, con los que el Conde habló, diciendo como el Rey por su servicio había de quitarle parte de las tierras que le fueron dadas, razón por la cual si él no podía suportar como su honra perdía con las que hubiera de quedarse: y que por eso se quería ir fuera del reino a buscarse la vida, aunque guardaría siempre el servicio de el Rey…” La idea no prosperó, la sangre no llegó al río, Nuno Álvares Pereira no salió de Portugal, pero para la Historia quedó un misterio: ¿en qué estaba pensando el Condestable cuando dijo que, incluso en la “emigración” (¿dónde? ¿para qué? ¿con quién?), guardaría siempre el servicio de el Rey? Fernão Lopes nada más nos dijo y, a pesar de todo, nos repugna la idea de que Nun’Álvares fuese a ofrecer pleitesía al rey de Castilla… En cualquier caso, hay algo sospechoso en el hecho de que el papa, al anunciar la canonización, dijera Nuno Álvarez...