Saltar para: Posts [1], Pesquisa [2]

Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

17 Sep, 2008

Berlusconi & Cia

Según la revista norteamericana Forbes, el Gotha de la riqueza mundial, la fortuna de Berlusconi asciende a casi 10 mil millones de dólares. Honradamente ganados, claro, aunque con no pocas ayudas exteriores, como por ejemplo, es la mía. Puesto que soy publicado en Italia por la editorial Einaudi, propiedad del dicho Berlusconi, algún dinero le habré hecho ganar. Una ínfima gota de agua en el océano, obviamente, pero al menos le habrá llegado para pagar los puros, suponiendo que la corrupción no sea su único vicio. Salvo lo que es de conocimiento general, sé poquísimo de la vida y milagros de Silvio Berlusconi, il Cavalieri. Mucho más que yo sabe, sin duda, el pueblo italiano que una, dos, tres veces lo ha sentado en el sillón de primer ministro. Pues bien, como solemos oír decir, los pueblos son soberanos, y no sólo soberanos, también son sabios y prudentes, sobre todo desde que el continuado ejercicio de la democracia ha facilitado a los ciudadanos ciertos conocimientos útiles acerca del funcionamiento de la política y sobre las diversas formas de alcanzar el poder. Esto significa que el pueblo sabe muy bien lo que quiere cuando es llamado a votar. En el caso concreto del pueblo italiano, que es de él de quien hablamos, y no de otro (ya les tocará el turno), está demostrado que la inclinación sentimental que experimenta por Berlusconi, tres veces manifestada, es indiferente a cualquier consideración de orden moral. Realmente, en la tierra de la mafia y de la camorra ¿qué importancia puede tener el hecho probado de que el primer ministro sea un delincuente? En una tierra en que la justicia nunca ha gozado de buena reputación ¿qué más da que el primer ministro consiga que se aprueben leyes a medida de sus intereses, protegiéndose contra cualquier tentativa de castigo a sus desmanes y abusos de autoridad?Eça de Queiroz decía que si paseáramos una carcajada alrededor de una institución, ésta se desmoronaría hecha añicos. Eso era antes. ¿Qué diremos de la reciente prohibición, ordenada por Berlusconi, de que la película W. de Oliver Stone sea exhibida allí? ¿Hasta ahí llegan los poderes de il Cavaliere? ¿Cómo es posible que se haya cometido semejante arbitrariedad, para colmo sabiendo nosotros que, por más carcajadas que demos alrededor de los quirinales, no se van a caer? Es justa nuestra indignación, aunque debamos hacer un esfuerzo para comprender la complejidad del corazón humano. W. es una película que ataca a Bush, y Berlusconi, hombre de corazón como lo puede ser un jefe mafioso, es amigo, colega, compinche del todavía presidente de los Estados Unidos. Están bien uno con otro. Lo que no estará nada bien es que el pueblo italiano acabe llevando una cuarta vez las posaderas de Berlusconi hasta la silla del poder. No habrá, entonces, carcajadas nos salve.José Saramago

Me pregunto cómo y porqué Estados Unidos, un país en todo grande, ha tenido, tantas veces, presidentes tan pequeños. George Bush es tal vez el más pequeño de todos. Inteligencia mediocre, ignorancia abisal, expresión verbal confusa y permanentemente atraída por la irresistible tentación del puro disparate, este hombre se presenta ante la humanidad con la pose grotesca de un cowboy que ha heredado el mundo y lo confunde con una manada de ganado. No sabemos lo que realmente piensa, ni siquiera sabemos si piensa (en el sentido noble de la palabra), no sabemos si no será simplemente un robot mal programado que constantemente confunde y cambia los mensajes que lleva grabados en su interior. Pero, honor le sea hecho al meno una vez en la vida, hay en el robot George Bush, presidente de los Estados Unidos, un programa que funciona a la perfección: el de la mentira. Él sabe que miente, sabe que nosotros sabemos que está mintiendo, pero, por pertenecer al tipo de comportamiento de mentiroso compulsivo, seguirá mintiendo aunque tenga delante de los ojos la más desnuda de las verdades, seguirá mintiendo incluso después de que la verdad le haya reventado ante la cara. Mintió para declarar la guerra a Irak como ya había mentido sobre su pasado turbulento y equívoco, o sea, con la misma desfachatez. La mentira, en Bush viene de muy lejos, la lleva en la sangre. Como mentiroso emérito, es el corifeo de todos esos otros mentirosos que lo han rodeado, aplaudido y servido durante los últimos años.
George Bush expulsó la verdad del mundo para, en su lugar, hacer fructificar la edad de la mentira. La sociedad humana actual está contaminada de mentira como la peor de las contaminaciones morales, y él es uno de los principales responsables. La mentira circula impunemente por todas partes, se ha convertido en una especie de otra verdad. Cuando hace algunos años un primer ministro portugués, cuyo nombre por caridad omito aquí, afirmó que “la política es el arte de no decir la verdad”, no podía imaginarse que George Bush, poco tiempo después, transformaría la chirriante afirmación en una travesura ingenua de político periférico sin conciencia real del valor y del significado de las palabras. Para Bush la política es, simplemente, una de las palancas del negocio, y quizá la mejor de todas, la mentira como arma, la mentira como avanzadilla de los tanques y de los cañones, la mentira sobre las ruinas, sobre los muertos, sobre las míseras y siempre frustradas esperanzas de la humanidad. No es cierto que el mundo sea hoy más seguro, pero no dudemos de que sería mucho más limpio sin la política imperial y colonial del presidente de los Estados Unidos, George Walker Bush, y de cuantos, conscientes del fraude que cometieron, le abrieron el camino hacia la Casa Blanca. La Historia les pedirá cuentas.José Saramago

Una buena noticia, dirán los lectores ingenuos, suponiendo que después de tantos desengaños, todavía los haya por ahí. La iglesia anglicana, esa versión británica de un catolicismo instituido, en tiempos de Enrique VIII, como religión oficial del reino, anunció una importante decisión: pedir perdón a Charles Darwin, ahora que se conmemoran doscientos años de su nacimiento, por lo mal que lo trató tras la publicación de El origen de las especies y, sobre todo, La descendencia del hombre. No tengo nada contra las peticiones de perdón que suceden casi todos los días por una razón u otra, a no ser poner en duda su utilidad. Incluso si Darwin estuviera vivo y dispuesto a mostrarse benevolente, diciendo “sí, perdono”, la generosa palabra no podrá borrar un solo insulto, una sola calumnia, uno solo de los desprecios de los muchos que le han caído encima. Quien sí sacará beneficio será la Iglesia Anglicana, que verá aumentado, sin gastos, su capital de buena conciencia. Aún así, se les agradece el arrepentimiento, pese a tardío, que tal vez estimule al papa Benito XVI, ahora embarcado en una maniobra diplomática sobre el laicismo, a pedir perdón a Galileo Galilei y a Giordano Bruno, sobre todo a éste, cristianamente torturado, con mucha caridad, hasta llegar a la hoguera donde fue quemado.
Esta petición de perdón de la iglesia anglicana no les va a gustar nada a los creacionistas norteamericanos. Fingirán indiferencia, pero es evidente que se trata de una contrariedad para sus planes. Para los republicanos que, como la candidata a la vicepresidencia, enarbolan la bandera de esa aberración pseudo científica llamada creacionismo.José Saramago

Removiendo unos cuantos papeles que ya tenían perdida la frescura de la novedad, encontré un artículo sobre Lisboa escrito hace unos cuantos años, y, no me everguenza confesarlo, me emocioné. Quizá porque no se trate realmente de un artículo, es más bien una carta de amor, de amor a Lisboa. Decidí compartirla con mis lectores y amigos haciéndola pública otra vez, ahora en la página infinita de Internet y con esta carta inaugurar mi espacio personal en este blog.
Palabras para una ciudadTiempos hubo en que Lisboa no tenía ese nombre. La llamaban Olisipo cuando llegaron los romanos, Olissiboná cuando la tomaron los moros, aunque acabó siendo Aschbonna, tal vez porque no supieran pronunciar la bárbara palabra. Cuando, en 1147, después de un cerco de tres meses, los moros fueron vencidos, el nombre de la ciudad no cambió de una hora para otra: si aquél que iba a ser nuestro primer rey le mandó una carta a la familia anunciando la gesta, escribiría con toda probabilidad en el encabezamiento Aschbouna, 24 de octubre, o Olissibona, pero nunca Lisboa. ¿Cuándo comenzó Lisboa a ser Lisboa de hecho y de derecho? Por lo menos tuvieron que pasar algunos años antes de que naciera el nuevo nombre, así como para que los conquistadores gallegos comenzaran a ser portugueses…Estas minucias históricas interesan poco, podría decirse, aunque a mí me interesaría mucho, no solo saber, sino ver, en el exacto sentido de la palabra, como ha venido cambiando Lisboa desde aquellos días. Si entonces existiera el cine, si los viejos cronistas fueran operadores de cámara, si las mil y una transformaciones por las que pasó Lisboa a lo largo de los siglos hubieran sido registradas, podríamos ver a esa Lisboa de ocho siglos crecer y moverse como un ser vivo, como esas flores que nos muestra la televisión, abriéndose en pocos segundos desde el capullo todavía cerrado hasta el esplendor final de las formas y los colores. Creo que amaría a esa Lisboa por encima de todas las cosas.

Físicamente habitamos un espacio, pero, sentimentalmente, somos habitados por una memoria. Memoria de un espacio y de un tiempo, memoria en cuyo interior vivimos, como una isla entre dos mares: a uno le llamamos pasado, a otro le llamamos futuro. Podemos navegar en el mar del pasado próximo gracias a la memoria personal que retuvo el recuerdo de sus rutas, pero para navegar en el mar del pasado remoto tendremos que usar las memorias acumuladas en el tiempo, las memorias de un espacio continuamente en transformación, tan huidizo como el propio tiempo. Esa película de Lisboa, comprimiendo el tiempo y expandiendo el espacio, sería la memoria perfecta de la ciudad.

Lo que sabemos de los lugares es lo que compartimos con ellos durante un cierto tiempo en el espacio que son. El lugar esta ahí, la persona aparece, luego la persona se va, el lugar continúa, el lugar hace a la persona, la persona transforma el lugar. Cuando tuve que recrear el espacio y el tiempo de la Lisboa donde Ricardo Reis vivió su último año, sabía de antemano que no iban a ser coincidentes las dos nociones de tiempo y de lugar: la del adolescente tímido que fui, encerrado en mi condición social, y la del poeta lúcido y genial que frecuentaba las más altas regiones del espíritu. Mi Lisboa fue siempre la de los barrios pobres, y cuando, mucho más tarde, las circunstancias me llevaron a otros ambientes, la memoria que preferí guardar fue la de la Lisboa de mis primeros años, la Lisboa de gente de poco tener y mucho sentir, todavía rural en sus costumbres y en la comprensión del mundo.

Tal vez no es posible hablar de una ciudad sin citar unas cuantas fechas notables de su existencia histórica. Aquí, refiriéndonos a Lisboa, se mencionó una sola, la de su comienzo portugués: no será particularmente grave el pecado de glorificación… Lo sería, sí, ceder a esa especie de exaltación patriótica que, a falta de enemigos reales sobre los que hacer caer su supuesto poder, procura los estímulos fáciles de la evocación retórica. Las retóricas conmemorativas, no siendo forzosamente un mal, conllevan un sentimiento de autocomplacencia que induce a confundir las palabras con los actos, cuando no las coloca en el lugar que solo a éstos les compete.En aquél día de octubre, el entonces recién iniciado Portugal dio un gran paso hacia adelante, y tan firme fue que Lisboa no volvió a ser perdida. Pero no nos permitamos la napoleónica vanidad de exclamar: “Desde lo alto de aquel castillo ochocientos años nos contemplan” y aplaudirnos luego unos a otros por haber durado tanto… Pensemos mejor que de la sangre derramada en un lado y otro está hecha la sangre que llevamos en las venas, nosotros, los herederos de esta ciudad, hijos de cristianos y de moros, de negros y de judíos, de hindúes y de amarillos, en fin, de todas las razas y credos que se dicen buenos, de todos los credos y razas que llamamos malos. Dejemos en la irónica paz de los túmulos esas mentes desorientadas que, en un pasado no distante, inventaron para los portugueses un “día de la raza” y reivindiquemos el magnífico mestizaje, no solo de sangres, también y sobretodo de culturas, que fundó Portugal y hasta ahora le ha hecho durar.Lisboa se ha transformado en los últimos años, ha sido capaz de despertar en la conciencia de sus ciudadanos fuerzas renovadas para salir del marasmo en que había caído. En nombre de la modernización se levantaron muros de hormigón sobre piedras antiguas, se transformaron los perfiles de las colinas, se alteraron los panoramas, se modificaron los ángulos de visión. Pero el espíritu de Lisboa sobrevive, es el espíritu que hace eternas las ciudades. Arrebatado por aquel loco amor y aquel divino entusiasmo que habita en los poetas, Camoens escribió un día, hablando de Lisboa, “…ciudad que fácilmente de las otras es princesa”. Perdonémosle la exageración. Basta que Lisboa sea simplemente lo que debe ser: culta, moderna, limpia, organizada –sin perder su alma. Y si todas estas bondades acaban haciendo de ella una reina, pues que lo sea. En la república que somos serán bienvenidas reinas así.José SaramagoPalabras para una ciudad - Video
[splashcast c ZYZH9990AC]