22 Sep, 2008
Biografias
Creo que todas las palabras que vamos pronunciando, todos os movimientos y gestos, concluidos o simplemente esbozados, que hacemos, cada uno y todos juntos, pueden ser entendidos como piezas sueltas de una autobiografía no intencional que, aunque involuntaria, o por eso mismo, no es menos sincera y veraz que el más minucioso de los relatos de una vida pasada a la escritura y al papel. Esta convicción de que todo cuanto decimos y hacemos a lo largo del tiempo, incluso lo que parece que no tiene significado e importancia, es, y no se puede impedir que lo sea, expresión biográfica, me hizo proponer un día, con más seriedad de lo que a primera vista pueda parecer, que todos los seres humanos deberían dejar relatadas por escrito sus vidas, y que esos miles de millones de volúmenes, cuando comenzaran a no caber en la Tierra, fueran llevados a la Luna. Esto significaría que la grande, la enorme, la gigantesca, la desmesurada, la inmensa biblioteca del existir humano tendría que ser dividida, primero, en dos partes, y luego, con el paso del tiempo, en tres, en cuatro, así hasta nueve, suponiendo que los ocho restantes planetas del sistema solar, tuvieran condiciones ambientales tan benévolas que respetasen la fragilidad del papel. Imagino que los relatos de muchas de esas vidas que, por ser simples y modestas, cabrían en media docena de folios, o en menos, serían enviadas a Plutón, el más distante de los hijos del Sol, donde difícilmente querrán viajar los investigadores.Es más que seguro que se plantearían problemas y dudas a la hora de establecer y definir los criterios de composición de las dichas “biobliotecas”. Sería indiscutible, por ejemplo, que obras como los diarios de Amiel, de Kafka o de Viginia Woolf, la biografía de Samuel Johnson, la autobiografía de Cellini, las memorias de Casanova o las confesiones de Rousseau, junto a tantas otras de importancia humana y literaria semejante, deberían permanecer en el planeta donde fueron escritas para ser testimonio del paso por este mundo de hombres y mujeres que, por las buenas o malas razones de lo que fue su vida, dejaron una señal, una presencia, una influencia que, habiendo perdurado hasta hoy, seguirá dejando marca en las generaciones futuras. Los problemas surgirían cuando, sobre la elección de lo que debería quedarse o ser enviado al espacio exterior, comenzasen a reflejarse las inevitables valoraciones subjetivas, los prejuicios, los miedos, los rencores antiguos o recientes, los perdones imposibles, las justificaciones tardías, todo lo que en la vida es espanto, desesperación y agonía, en definitiva, la naturaleza humana. Creo que, finalmente, lo mejor será dejar las cosas como están. Como la mayor parte de las buenas ideas, también ésta es irrealizable. Paciencia.