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Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

Mikhail Bahktine escribió en su Estética y Teoría de la novela: «El objeto principal de este género literario, el que lo “especifica”, el que crea su originalidad estilística, es el hombre que habla y su palabra». Creo que pocas veces una aseveración de ámbito general como ésta habrá sido tan exacta como lo es en el caso humano y literario de Franz Kafka. Despreciando a ciertos teóricos que, con alguna razón, se oponen a la tendencia “romántica” de buscar en la existencia del escritor las señales del paso de lo vivido a lo escrito, lo que, supuestamente, explicaría la obra, Kafka no esconde en ningún momento (y parece empeñarse en que se note) el cuadro de factores que determinaron su dramática vida y, en consecuencia, su trabajo de escritor: el conflicto con el padre, el desacuerdo con la comunidad judaica, la imposibilidad de cambiar la vida celibataria por el matrimonio, la enfermedad. Pienso que el primero de esos factores, o sea, el antagonismo nunca superado que opuso al padre con el hijo y al hijo con el padre, es lo que constituye la viga maestra de toda la obra kafkiana, derivándose de ahí, como las ramas de un árbol se derivan del tronco principal, el profundo desasosiego íntimo que lo condujo a la deriva metafísica, a la visión de un mundo agonizando en el absurdo, a la mistificación de la consciencia.La primera referencia a El Proceso se encuentra en los Diarios, fue escrita el 29 de Julio de 1914 (la guerra se desencadenó el día anterior) y comienza con las siguientes palabras. “Una noche, Josef K…, hijo de un rico comerciante, después de una gran discusión que había mantenido con el padre…”. Sabemos que no es así como la novela arrancará, pero el nombre del personaje principal – Josef K… - ya quedó anunciado, así como en tres rápidas líneas de La Metamorfosis, escrita casi dos años antes, ya se anunciaba lo que acabaría siendo el núcleo temático central de El Proceso. Cuando, transformado de la noche a la mañana, sin ninguna explicación del narrador, en un bicho asqueroso, mezcla de escarabajo y de cucaracha, se queja de los sufrimientos inmerecidos que caen sobre el viajante de comercio en general y sobre él en particular, Gregorio Samsa se expresa de una manera que no deja margen de dudas: “… muchas veces es víctima de una simple murmuración, de una casualidad, de una reclamación gratuita, y le es absolutamente imposible defenderse, ya que ni siquiera sabe de qué le acusan”. Todo El Proceso está contenido en estas palabras. Es cierto que el padre, “rico comerciante”, desapareció de la historia, que la madre solo se menciona en dos de los capítulos inacabados, e incluso así fugazmente y sin caridad filial, pero no me parece un exceso temerario, salvo que esté demasiado equivocado acerca de las intenciones del autor Kafka, imaginar que la omnipotente y amenazadora autoridad paterna haya sido, en la estrategia de la ficción, transferida hacia las alturas inaccesibles de la Ley Última, ésa que, sin necesitar que se enuncie una culpa concreta establecida en los códigos, será siempre implacable en la aplicación del castigo. El angustiante y al mismo tiempo grotesco episodio de la agresión ejecutada por el padre de Gregorio Samsa para expulsar al hijo de la sala familiar, tirándole manzanas hasta que una de ellas se le incrusta en la coraza, describe una agonía sin nombre, la muerte de cualquier esperanza de comunicación.

(Continua)