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Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

Durante muchos años Jorge Amado quiso y supo ser la voz, el sentido y la alegría de Brasil. Pocas veces un escritor se ha convertido, como él, en el espejo y el retrato de un pueblo entero. Una parte importante del mundo lector extranjero comenzó a conocer Brasil cuando comenzó a leer a Jorge Amado. Y para muchas personas fue una sorpresa descubrir en los libros de Jorge Amado, con la más transparente de las evidencias, la compleja heterogeneidad, no solo racial, sino cultural de la sociedad brasileña. La generalizada y estereotipada visión de que Brasil era reducible a la suma mecánica de las poblaciones blancas, negras, mulatas e indígenas, perspectiva ésa que, en todo caso, ya venía sendo progresivamente corregida, aunque de manera desigual, por las dinámicas del desarrollo en los múltiples sectores y actividades sociales del país, recibió, con la obra de Jorge Amado, el más solemne y al mismo tiempo apreciable desmentido. No ignorábamos la emigración portuguesa histórica ni, en diferente escala y en épocas diferentes, la alemana e la italiana, pero fue Jorge Amado quien nos puso delante de los ojos lo poco que sabíamos sobre la materia. El abanico étnico que refrescaba la tierra brasileña era mucho más rico y diversificado de lo que las percepciones europeas, siempre contaminadas por los hábitos selectivos del colonialismo, pretendían dar a entender: por fin, también había que contar con la multitud de turcos, sirios, libaneses e tutti quanti que, a partir del siglo XIX y durante el siglo XX, prácticamente hasta los tiempos actuales, dejaron sus países de origen para entregarse, en cuerpo y alma, a las seducciones, pero también a los peligros, de eldorado brasileño. Y también para que Jorge Amado les abriese de par en par las puertas de sus libros.Tomo como ejemplo de lo que vengo diciendo un pequeño y delicioso libro cuyo título – “El descubrimiento de América por los turcos” – es capaz de movilizar de inmediato la atención del más apático de los lectores. Ahí se cuenta, en principio, la historia de dos turcos, que no eran turcos, dice Jorge Amado, sino árabes, Raduan Murad e Jamil Bichara, que decidieron emigrar a América a la conquista de dinero y de mujeres. Muy pronto, sin embargo, la historia, que parecía prometer unidad, se subdividió en otras historias en que entran decenas de personajes, hombres violentos, putañeros y borrachines, mujeres tan sedientas de sexo como de felicidad doméstica, todo esto en el distrito de Itabuna (Bahia), donde Jorge Amado (¿coincidencia?) precisamente tuvo a bien nacer. Esta picaresca brasileña no es menos violenta que la ibérica. Estamos en tierra de jagunços, de roças de cacau que eram minas de oro, de peleas resueltas a golpes de navaja, de coroneles que ejercían sin ley un poder que nadie es capaz de comprender cómo les llegó, de prostíbulos donde las prostitutas son disputadas como las más puras de las esposas. Esta gente no piensa más que en fornicar, acumular dinero, amantes y borracheras. Son carne para el Juicio Final, para la condenación eterna. Y, pese a todo, a lo largo de esta historia turbulenta y de mal consejo, se respira (ante el desconcierto del lector) una especie de inocencia, tan natural como el viento que sopla o el agua que corre, tan espontánea como la hierva que nace después de la lluvia. Prodigio del arte de narrar, “El descubrimiento de América por los turcos”, no obstante, su brevedad casi esquemática y su aparente sencillez, merece ocupar un lugar al lado de los grandes murales novelescos, como “Jubiabá”, ”La tienda de los milagros” o “Tierras del sin fin”. Se dice que por el dedo se conoce al gigante. Ahí está, pues, el dedo del gigante, el dedo de Jorge Amado.