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Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

14 Ene, 2009

Ángel González

Hace un año, precisamente el día 12 de enero, en un hospital de Madrid, murió Ángel González. Hospitalizado yo también en Lanzarote y con de una enfermedad similar que la que se lo llevó a él, atendí la llamada telefónica de un periódico que quería publicar unas palabras sobre la infausta noticia. Con un tono que mi interlocutor apenas debió de oír, tan intensa era mi emoción, le dije que había perdido al amigo que era y, al mismo tiempo, uno de los mayores poetas de España. En su recuerdo dejo hoy aquí uno de sus poemas, que traduciré al portugués.ASÍ PARECEAcusado por los críticos literarios de realista,mis parientes en cambio me atribuyenel defecto contrario;afirman que no tengosentido alguno de la realidad.Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo:analistas de texto, parientes de provincias,he defraudado a todos, por lo visto;¡qué le vamos hacer!Citaré algunos casos:Ciertas tías devotas no pueden contenerse,y lloran al mirarme.Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche,como cuando era niño,y sonríen contritas, y me dicen:qué alto,si te viese tu padre...,y se quedan suspensas, sin saber qué añadir.Sin embargo, no ignoroque sus ambiguos gestosdisimulanuna sincera compasión irremediableque brillan húmedamente en sus miradasy en sus piadosos dientes postizos de conejo.Y no sólo son ellas.En las noches,mi anciana tía Clotilde regresa de la tumbapara agitar ante mi rostro sus manos sarmentosasy repetir en tono admonitorio:¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida?Por su parte,mi madre ya difunta, con voz delgada y triste,augura un lamentable final de mi existencia:manicomios, asilos, calvicie, blenorragia.Yo no sé qué decirles, y ellasvuelven a su silencio.Lo mismo, igual que entonces.Como cuando era niño.Pareceque no ha pasado la muerte por nosotros.
13 Ene, 2009

Presidentes

Uno, Bush, que sale y que nunca debería haber entrado, otro, Obama, que está a punto de llegar y ojalá no acabe desilusionándonos, otro, Bartlet, que, sin duda, se quedará durante mucho tiempo. A éste le hemos dedicado estos días, Pilar y yo, algunas horas disfrutando de los últimos episodios de “El ala oeste de la Casa Blanca” que en Portugal prefirieron titular “Los hombres del presidente”, título eminentemente machista, puesto que algunos de los personajes más importantes de la serie son mujeres. Jed Bartlet, interpretado por Martin Sheen (¿se acuerdan de “Apocalipse Now"?), es el nombre del presidente que venimos acompañando con un interés que nunca se ha enfriado, tanto por la tensión dramática de los conflictos como también por algunos aspectos didácticos siempre presentes acerca del modo norteamericano de hacer política, tano en lo bueno, como en lo pésimo. Bartlet llegó al final do su segundo mandato y por tanto está de salida. Estamos en plena campaña presidencial, una campaña en la que no han faltado los golpes bajos, pero que acabará (ya lo sabemos) con la victoria del mejor de los candidatos, un hispano con las ideas claras y de ética impecable chamado Mattew Santos. Por supuesto es irresistible pensar en Barack Obama. ¿Tendrán los autores de la serie el don de la profecía? Es que entre un hispano y un negro, la diferencia no es tan grande.
12 Ene, 2009

Imaginemos

Imaginemos que, en los años treinta, cuando los nazis iniciaron su caza a los judíos, el pueblo alemán hubiera bajado a la calle, en grandiosas manifestaciones que quedarían en la Historia, exigiéndole a su gobierno el final de la persecución y la promulgación de leyes que protegiesen a todas y cada una de las minorías, ya fueran de judíos, de comunistas, de gitanos o de homosexuales. Imaginemos que, apoyando esa digna y valiente acción de los hombres y mujeres del país de Goethe, los pueblos de Europa desfilaran por las avenidas y plazas de sus ciudades y unieran sus voces al coro de las protestas levantado en Berlín, en Munich, en Colonia, en Francfort. Ya sabemos que nada de esto sucedió ni podría haber sucedido. Por indiferencia, apatía, por complicidad táctica o manifiesta con Hitler, el pueblo alemán, salvo alguna rarísima excepción, no dio un paso, no hizo un gesto, no dijo una palabra para salvar a quienes iban a ser carne de campo de concentración y de horno crematorio, y, en el resto de Europa, por una razón u otra (por ejemplo, los fascismos nacientes), una asumida connivencia con los verdugos nazis mantendría el orden o castigaría cualquier veleidad de protesta.

Hoy es diferente. Tenemos libertad de expresión, libertad de manifestación y no sé cuantas libertades más. Podemos salir a la calle miles o millones que nuestra seguridad siempre estará asegurada por las constituciones que nos rigen, podemos exigir el final de los sufrimientos de Gaza o la restitución al pueblo palestino de su soberanía y la reparación de los daños morales y materiales sufridos a lo largo de sesenta años, sin mayores consecuencias que los insultos y las provocaciones de la propaganda israelí. Las imaginadas manifestaciones de los años treinta serían reprimidas con violencia, en algún caso con ferocidad, las nuestras, como mucho, contarán con la indulgencia de los medios de comunicación social y luego entrarán en acción los mecanismos del olvido. El nazismo alemán no daría un paso atrás y todo acabaría igual a lo que luego iba a ser y la Historia ha registrado. Por su parte, el ejército israelí, ése que el filósofo Yeshayahu Leibowitz, en 1982, acusó de tener una mentalidad “judeo-nazi”, sigue fielmente, cumpliendo órdenes de sus sucesivos gobiernos y comandos, las doctrinas genocidas de quienes torturaron, gasearon y quemaron a sus antepasados. Podría decirse incluso que en algunos aspectos los discípulos adelantaron a los maestros. En cuanto a nosotros, seguiremos manifestándonos.
11 Ene, 2009

Con Gaza

Las manifestaciones públicas no son estimadas por el poder, que a veces las prohíbe o las reprime. Afortunadamente no es el caso de España, donde se han visto en la calle algunas de las mayores manifestaciones realizadas en Europa. Honra le sea dada por eso a los habitantes de un país en que la solidariedad internacional nunca ha sido una palabra vana y que ciertamente así lo expresará en el acto multitudinario previsto para el domingo en Madrid. El objeto inmediato de esta manifestación es la acción militar indiscriminada, criminal y atentatoria de todos los derechos humanos básicos, desarrollada por el gobierno de Israel contra la población de Gaza, sujeta a un bloqueo implacable, privada de los medios esenciales de vida, desde los alimentos a la asistencia médica. Objeto inmediato, pero no único. Que cada manifestante tenga en mente que la violencia, la humillación y el desprecio del que son víctima los palestinos por parte de los israelíes llevan ya sesenta años sin interrupción. Y que en sus voces, en las voces de la multitud que sin duda estará presente en Madrid, irrumpa la indignación por el genocidio, lento aunque sistemático, que Israel viene ejerciendo sobre el martirizado pueblo palestino. Y que esas voces, oídas en toda Europa, lleguen también a la franja de Gaza y a toda Cisjordania. No esperan de nosotros menos quienes en esos lugares sufren cada día y cada noche. Interminablemente.

(y 2)

Tampoco las usa ahora. En estos últimos cincuenta años han crecido de tal manera las fuerzas y el tamaño a David que entre él y el sobrancero Goliat ya no es posible reconocer ninguna diferencia, hasta se puede decir, sin ofender la ofuscadora claridad de los hechos, que se ha convertido en un nuevo Goliat. David, hoy, es Goliat, pero un Goliat que ha dejado de cargar pesadas y en definitiva inútiles armas de bronce. El rubio David de antaño sobrevuela en helicóptero las tierras palestinas ocupadas y dispara misiles contra objetivos inermes, el delicado David de otrora tripula los más poderosos tanques del mundo y aplasta y revienta todo lo que encuentra por delante, el lírico David que cantaba loas a Betsabé, encarnado ahora en la figura gargantuesca de un criminal de guerra llamado Ariel Sharon, lanza el “poético” mensaje de que primero es necesario aplastar a los palestino para después negociar con lo que reste de ellos. En pocas palabras, en esto consiste, desde 1948, con ligeras variantes meramente tácticas, la estrategia política israelí. Intoxicados por la idea mesiánica de un Grand Israel que realice finalmente los sueños expansionistas del sionismo más radical; contaminados por la monstruosa y enraizada “certeza” de que en este catastrófico y absurdo mundo existe un pueblo elegido por Dios y que, por tanto, están automáticamente justificadas y autorizadas, en nombre también de los horrores del pasado y de los miedos de hoy, todas las acciones propias resultantes de un racismo obsesivo, psicológica y patológicamente exclusivista; educados y entrenados en la idea de que cualquier sufrimiento que hayan infligido, inflijan o puedan infligir a otros, y en particular a los palestinos, siempre estará por debajo de los que sufrieron en el Holocausto, los judíos escarban interminablemente su propia herida para que no deje de sangrar, para hacerla incurable, y enseñarla al mundo como si se tratase de una bandera. Israel hizo suyas las terribles palabras de Jehová en el Deuteronomio: “Mía es la venganza, y yo les daré su merecido”. Israel quiere que nos sintamos culpables, todos nosotros, directa o indirectamente, de los horrores del Holocausto, Israel quiere que renunciemos al más elemental juicio crítico y nos transformemos en dócil eco de su voluntad, Israel quiere que reconozcamos de jure lo que para ellos es ya un ejercicio de facto: la impunidad absoluta. Desde el punto de vista de los judíos, Israel no podrá nunca ser sometido a juicio, dado que fue torturado, gaseado y quemado en Auschwitz. Me pregunto si los judíos que murieron en los campos de concentración nazis, esos que fueron masacrados en los pogromes, esos que se pudrieron en los guetos, me pregunto si esa inmensa multitud de infelices no sentiría vergüenza de los actos infames que sus descendientes están cometiendo. Me pregunto si el hecho de haber sufrido tanto no sería la mejor causa para no hacer sufrir a otros.Las piedras de David han cambiado de manos, ahora son los palestinos quienes las lanzan. Goliat está al otro lado, armado y equipado como nunca se ha visto a soldado alguno en la historia de las guerras, salvo, claro está, al amigo norteamericano. Ah, sí, las horrendas matanzas de civiles causadas por los terroristas suicidas… Horrendas, sí, sin duda, condenables, sí, sin duda, pero Israel todavía tiene mucho que aprender si no es capaz de entender las razones que pueden hacer que un ser humano se transforme en una bomba.

Este artículo fue publicado por primera vez hace algunos años. Su paño de fondo es la segunda intifada palestina, en 2000. Me atrevo a pensar que el texto no ha envejecido demasiado y que su “resurrección” está justificada por la criminal acción de Israel contra la población de Gaza. Por eso, ahí va.

DE LAS PIEDRAS DE DAVID A LOS TANQUES DE GOLIAT

Afirman algunas autoridades en cuestiones bíblicas que el Primer Libro de Samuel fue escrito en la época de Salomón, o en el período inmediato, en cualquier caso antes del cautiverio de Babilonia. Otros estudiosos no menos competentes argumentan que no sólo el Primero, sino también el Segundo Libro fueron redactados después del exilio de Babilonia, obedeciendo su composición a la denominada estructura histórico-político-religiosa del esquema deuteronomista, es decir, sucesivamente, la alianza de Dios con su pueblo, la infidelidad del pueblo, el castigo de Dios, la súplica del pueblo, el perdón de Dios. Si la venerable escritura procede del tiempo de Salomón, podremos decir que sobre ella han pasado, hasta hoy, en números redondos, unos tres mil años. Si el trabajo de los redactores fue realizado tras el regreso de los judíos del exilio, entonces habrá que descontar de ese número unos quinientos años, más arriba, mes abajo.Esta preocupación de exactitud temporal tiene como único propósito ofrecer a la comprensión del lector la idea de que la famosa leyenda bíblica del combate (que no llegó a producirse) entre el pequeño David y el gigante filisteo Goliat, está siendo mal contada a los niños por lo menos desde hace veinte o treinta siglos. A lo largo del tiempo, las diversas partes interesadas en el asunto elaboraran, con el consentimiento acrítico de más de cien generaciones de creyentes, tanto hebreos como cristianos, toda una engañosa mistificación sobre la desigualdad de fuerzas que separaba los bestiales cuatro metros de altura de Goliat de la frágil complexión física del rubio y delicado David. Tal desigualdad, enorme según todas las apariencias, era compensada, y luego revertida a favor del israelita, por el hacho de que David era un jovencito astuto y Goliat una estúpida masa de carne, tan astuto aquél que, antes de enfrentarse al filisteo, buscó en la orilla de un riachuelo que había por allí cerca cinco piedras lisas que se metió en la alforja, tan estúpido el otro que no se dio cuenta de que David venía armado con una pistola. Que no era una pistola, protestarán indignados los amantes de las soberanas verdades míticas, que era simplemente una honda, una humildísima honda de pastor, como ya las habían usado en inmemoriales tiempos los siervos de Abrahán que le conducían y guardaban el ganado. Sí, de hecho no parecía una pistola, no tenía cañón, no tenía barrilete, no tenía gatillo, no tenía cartuchos, lo que tenía era dos cuerdas finas y resistentes atadas por las puntas a un pequeño trozo de cuero flexible en la parte cóncava en la que la mano experta de David colocaría la piedra que, a distancia, fue lanzada, veloz y poderosa como una bala, contra la cabeza de Goliat, y lo derrumbó, dejándolo a merced del filo de su propia espada, ya empuñada por el diestro fundibulario. No por ser más astuto el israelita consiguió matar al filisteo y darle la victoria al ejército del Dios vivo y de Samuel, fue simplemente porque llevaba consigo un arma de largo alcance y la supo manejar. La verdad histórica, modesta y nada imaginativa, se contenta con enseñarnos que Goliat no tuvo siquiera la posibilidad de ponerle las manos encima a David, la verdad mítica, emérita fabricante de fantasías, nos acuna desde hace treinta siglos con el cuento maravilloso del triunfo del pequeño pastor sobre la bestialidad de un guerrero gigantesco al que, finalmente, de nada podía servirle el pesado bronce del casco, de la coraza, de las perneras y del escudo. Por lo que podemos concluir del desarrollo de este edificante episodio, David, en las muchas batallas que hicieron de él rey de Judá y de Jerusalén y extendieron su poder hasta la margen derecha del río Eufrates, nunca más volvió a usar la honda y las piedras.

(Continuará)

07 Ene, 2009

"No nos abandones"

Va el título en castellano porque así fue dicha la frase. Este escrito también podría llamarse “Los silencios de Marcos”, lo que aclararía todo. La prosa de hoy se refiere al mítico, aunque muy real, subcomandante. A pocas personas ha admirado tanto en mi vida, de poquísimas he esperado tanto. Nunca lo he dicho por la simple razón de que estas cosas no se dicen, se sienten y por ahí se quedan. Cuestión de pudor, parece. Cuando los zapatistas salieron de la Selva Lacandona para llegar al Zócalo después de haber cruzado medio México, yo estaba allí, uno entre un millón. Conocí la exaltación, el pulsar de la esperanza en todo el cuerpo, la voluntad de mudar para convertirme en algo mejor, menos egoísta, más capaz de entrega. Marcos habló, nombró a todas las etnias de Chiapas, y para cada una fue como si las cenizas de millones de indios se hubiesen desprendido de los túmulos y otra vez reencarnado. No estoy haciendo literatura fácil, intento, inhábilmente, poner en palabras lo que ninguna palabra puede expresar: el instante en que lo humano se convierte en sobrehumano y, a la vez, regresa a su más extrema humanidad.

Al día siguiente, en el campus modesto de una facultad universitaria, hubo un acto público que reunió a varios miles de personas y ahí se habló del presente y del futuro de Chiapas, de la lucha ejemplar de las comunidades indias que soñaba ver extendida un día a toda América (tranquilícense los timoratos, no sucedió). En la tribuna estaban, entre otros, Carlos Monsivais, Elena Poniatowska, Manuel Vázquez Montalbán, yo mismo. Todos hablamos, pero lo que la gente quería era oír a Marcos. Su discurso fue breve, pero intenso, casi insoportable para el sistema emotivo de cada uno. Cuando todo terminó fui a abrazar a Marcos y entonces él me dijo a oído, con voz casi susurrada: “No nos abandones”. Le respondí en el mismo tono: “Tendría que abandonarme a mí mismo para que eso sucediera”. Desde entonces, nunca más lo he vuelto a ver.

Pensé, y lo dije, que Marcos debería haber hablado en el Congreso. Por decisión de la “comandancia” intervino la comandante Esther, y lo hizo admirablemente. Conmovió a México entero, pero, repito, a mí entender, era Marcos quien debería haber hablado. El significado político de una intervención suya culminaría de manera más eficaz la marcha zapatista. Así pensaba y así sigo pensando. El tiempo ha pasado, el proceso revolucionario ha cambiado de rumbo, Marcos salió de la Selva Lacandona. Durante el último año Marcos ha guardado un silencio total, nos dejó huérfanos de aquellas palabras que solo él sabe decir o escribir. Sentimos su falta. En el día 1 hubo en Oventic un encuentro para celebrar y recordar el inicio de la revolución, la toma de San Cristóbal de las Casas, los altos y bajos de un camino difícil. Marcos no fue a Oventic, no mandó siquiera un mensaje, una palabra. No lo entendí y sigo sin entenderlo. Marcos, hace pocos días, anunció para el año que entra una nueva estrategia política. Ojalá, si la antigua ha perdido las virtudes. Ojalá, sobre todo, que no vuelva a callarse. ¿Con qué derecho lo digo? Con el simple derecho de quien no abandonó. Sí, de quien no abandonó.

Nunca he apreciado a este caballero y creo que a partir de hoy lo apreciaré menos todavía, si tal cosa fuera posible. Y esto no debería de ocurrir si, como por Internet me acabo de informar, el tal Sr. Sarkozy está en misión de paz por las torturadas tierras de Palestina, esfuerzo loable que, a primera vista, sólo debería de merecer elogios y votos del mayor éxito. Por mi parte los tendría todos si no hubiese utilizado, una vez más, la vieja estrategia de los dos pesos y de las dos medidas. En un arranque de hipocresía política simplemente notable, Sarkozy acusa a Hamás de haber cometido acciones irresponsables e imperdonables lanzando cohetes sobre el territorio de Israel. No seré yo quien absuelva a Hamás de tales acciones, por otra parte, según leo a cada paso, castigadas por la casi total ineficacia de la bélica operación que poco más han conseguido que dañar algunas casas y derrumbar algunos muros. Que nunca las palabras le duelan en la lengua al Sr. Sarkozy, hay que denunciar a Hamás. Con una condición, sin embargo. Que sus justamente reprensoras palabras se hubieran aplicado igualmente a los horrendos crímenes de guerra que están siendo cometidos por el ejército y por la aviación israelí, en proporciones inimaginables, contra la población civil de la faja de Gaza. Sobre esta vergüenza el Sr. Sarkozy parece no haber encontrado en su Larousse las expresiones adecuadas. Pobre Francia.
05 Ene, 2009

Balance

¿Ha valido la pena? ¿Han valido la pena estos comentarios, estas opiniones, estas críticas? ¿El mundo está mejor que antes? Y yo ¿cómo estoy? ¿Es esto lo que esperaba? ¿Satisfecho con el trabajo? Responder “sí” a todas estas preguntas, o incluso sólo a alguna, sería la demostración clara de una ceguera mental sin disculpa. Y responder con un “no” sin excepciones ¿qué podría ser? ¿Exceso de modestia? ¿De resignación? ¿O tal vez la conciencia de que cualquier obra humana no es nada más que una pálida sombra de la obra antes soñada?. Se cuenta que Miguel Ángel, cuando terminó el Moisés que se encuentra en Roma, en la iglesia de San Pietro in Vincoli, dio con el martillo en la rodilla de la estatua y gritó: “Habla!” No será preciso decir que Moisés no habló. Moisés nunca habla. De igual manera lo que en este lugar se ha escrito a lo largo de los últimos meses no contiene más palabras ni son más elocuentes que las que pudieron ser escritas, precisamente esas a las que el autor quisiera pedirle, aunque fuera murmurando, “Hablen, por favor, díganme qué son, para qué han servido, si ha sido para algo”. Callan, no responden. ¿Qué hacer, entonces? Interrogar palabras es el destino de quien escribe. ¿Un artículo? ¿Una crónica? ¿Un libro? Habrá que hacerlo, pero ya sabemos que Moisés no responderá.

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