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Otros Cuadernos de Saramago

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19 Sep, 2008

Aznar, el oráculo

Podemos dormir tranquilos, el calentamiento global no existe, es un invento malicioso de los ecologistas de acuerdo con la estrategia de su “ideología en deriva totalitaria”, según la definió el implacable observador de la política planetaria y de los fenómenos del universo que es José María Aznar. No sabríamos cómo vivir sin este hombre. No importa que un día de estos comiencen a nacer flores en el Ártico, no importa que los glaciares de la Patagonia se reduzcan cada vez que alguien suspira haciendo aumentar la temperatura ambiente en una millonésima de grado, no importa que Groenlandia haya perdido una parte importante do su territorio, no importa la sequía, no importan las inundaciones que arrasan todo y tantas vidas se llevan con ellas, no importa la similitud cada vez más evidente de las estaciones del año, nada de esto importa si el emérito sabio José María niega la existencia de calentamiento global, basándose en las peregrinas páginas de un libro del presidente checo Vaclav Klaus que el propio Aznar, en una bonita actitud de solidariedad científica e institucional, presentará en breve. Ya lo estamos oyendo. Una duda, sin embargo, una duda muy seria nos atormenta y que ha llegado el momento de exponer a la consideración del lector. ¿Dónde estará el origen, el manantial, la fuente de esta sistemática actitud negadora? Será resultado de un huevo dialéctico puesto por Aznar en el útero del Partido Popular cuando fue su amo y señor? Cuando Rajoy, con esa compuesta seriedad que lo caracteriza, nos informó que un primo suyo catedrático, parece que de física, le había dicho que eso del cambio climático era una burla ¿tan osada afirmación era solo fruto de una imaginación celta sobrecalentada que no supo comprender lo que le estaba siendo explicado, o, volviendo al huevo dialéctico ¿es esto una doctrina, una regla, un principio registrado en letra pequeña en el manual del Partido Popular, y si Rajoy fue simplemente el repetidor desafortunado de la palabra del primo catedrático, en cambio el oráculo en que su ex-jefe se transformó no quiso perderse la oportunidad de marcarle la pauta una vez más al gentío ignaro?

No me resta mucho más espacio, pero tal vez todavía quepa un breve llamamiento al sentido común. Siendo cierto que el planeta en que vivimos ya ha pasado por seis o siete eras glaciales ¿no estaremos en el umbral de otra de esas eras? ¿No será que la coincidencia entre tal posibilidad y las continuas acciones operadas por el ser humano contra el medio ambiente se parece mucho a aquellos casos, tan corrientes, en que una enfermedad esconde otra enfermedad? Piensen en esto, por favor. En la próxima era glacial, o en esta que está comenzando, el hielo cubrirá Paris. Tranquilicémonos, no será mañana. Pero tenemos, por lo menos, un deber desde ya: no ayudar a la era glacial que se acerca. Y, recuerden, Aznar es un mero episodio. No se asusten.