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Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

9 de febrero de 1995

Para la historia de la aviación. En Badajoz le han dado hoy nombre a una calle. El motivo, la causa, el pretexto, la razón o como quiera llamársele, tienen ya más de cincuenta años, y muy fuertes habrán sido para sobrevivir a los olvidos acumulados por dos generaciones, justificados éstos, en general, por el hecho de que la gente tiene más en qué pensar. No diré yo que los habitantes de Badajoz se tomaron este medio siglo y pico transmitiéndose unos a los otros el certificado de una deuda que un día tendría que ser pagada, lo que digo es que algún badajoceño escrupuloso debe de haber tenido un remordimiento más o menos en estos términos: "Muchos de los que hoy viven estarían muertos, otros no habrían llegado a nacer". Parecerá un enigma de la esfinge y en el fondo es sólo una historia de aviación. Hace cincuenta y tantos años, durante la guerra civil, un aviador republicano recibió la orden de bombardear Badajoz. Fue, sobrevoló la ciudad, miró hacia abajo. ¿Y qué vio cuando miró hacia abajo? vio gente, vio personas. ¿Qué hizo entonces el guerrillero? Desvió el avión y fue a soltar las bombas al campo. Cuando volvió a la base y dio cuenta del resultado de la misión, comunicó que le parecía haber matado una vaca. "¿Y Badajoz?", le preguntó el capitán. "Nada, allí había personas", respondió el piloto. "Bueno", dijo el superior, y, por imposible que parezca, el aviador no fue llevado a conejo de guerra... Ahora hay en Badajoz una calle con el nombre de un hombre que un día tuvo gente en la mira de sus bombas y pensó que ésa era justamente una buena razón para no soltarlas.

Llueve después de cuatro meses sin caer una gota. El viento empezó soplando hacia el noroeste ayer al principio de la noche. Esta mañana, nubes bajas, grises, avanzaban de la zona de Femés. Hacia el este el cielo aún estaba medio descubierto, pero el azul ya tenía un tono aguado, señal de lluvia en breve. A mediodía el viento creció, las nubes descendieron más, empezaron a caer por las laderas de los montes, casi rozando el suelo y, en poco tiempo, cubrieron todo el horizonte de aquel lado. Fuerteventura desapareció en el mar. La primera lluvia se limitó a unas dispersas y finas gotas, menos que una llovizna, un polvo de agua, pero quince minutos después ya caía en hilos continuos, después en cuerdas gruesas que ele viento iba empujando en nuestra dirección. Vimos avanzar la lluvia en cortinas sucesivas, pasaba delante de nosotros como si no tuviese intención de detenerse, pero el suelo resecado respiraba ávidamente el agua. El más puro de todos los olores, el de la tierra mojada, nos embriagó durante un instante. "Qué bonito es el mundo", dije yo. Pilar, en silencio, apoyó la cabeza en mi hombro. Ahora son las ocho de la tarde, continúa lloviendo. El agua ya debe de haber llegado a las raíces más profundas.

Cuadernos de Lanzarote I (1993-1995)