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Otros Cuadernos de Saramago

Otros Cuadernos de Saramago

Camoens creció, se hizo hombre. Los dientes, que al principio, cuando nos apareció aquí, hace cinco meses, no pasaban de una fina sierra, se han convertido en armas poderosas, y las patas desgarbadas, que antes parecían no saber andar en la misma dirección, aprendieron a soltar golpes violentos y certeros capaces de derribar a cualquier adversario. Ya no se esconde debajo de las camas cuando a Pepe le entran las furias de su otelinos celos. Ahora responden de igual a igual y las riñas son tremendas. Pepe no quiere perder la autoridad de primis ocupantis y, por lo que se ve, Camoens anda queriendo conquistarla, aunque haya sido el último en llegar. Camoens es más alto, Pepe más macizo. Están equilibrados. Pero Pepe tiene la costumbre de luchar ladeando un poco la cabeza, y eso es malo para él, aparte de representar, si el manual no miente, una primera señal de debilidad: como un karateca cinturón negro, Camoens descarga fulminantes patadas que más de una vez alcanzaron e hirieron el ojo derecho de Pepe. Es difícil separarlos cuando luchan, parece que llevan dentro, acumuladas, todas las rabias del mundo. Me desespera no poderles hacer entender que en esta casa hay lugar para todos.

 

(Atención; aunque los nombres sean humanos, estoy hablando de perros. Lo que me deja todavía una cierta esperanza).

 

No es la primera carta anónima que me entra en casa pero, al contrario de otras, repugnantemente sucias por los propios insultos con que quieren alcanzarme, ésta, con limpieza y confianza, me dice: “Necesitamos que sigas escribiendo”. Y, finalmente, no es tan anónima. Trae una firma: un camarada.

 

Cuadernos de Lanzarote, Diario IV